sábado, 2 de abril de 2011

Casa nueva...


Tal vez pueda decorar, o deformar el rostro que se empapa con tu calor. No hace falta saber el color del cielo hoy, o lo desafinados que podamos estar. Hoy moriremos, felices en casa nueva, o jugando a algo similar, o naciendo sin parar.
Sin guantes las manos, sin zapatos los pies, sin censura la piel. Esta casa es de vainilla y miel. Desordenada, algo silenciosa y bastante singular.

Descanso cómodo, extrañamente cómodo. Cerré la puerta a mi espalda, busqué comida en el refrigerador, pero pocas cosas encontré. Solamente una nota que decía: "Deberías pasar la noche acá". Y nada más importó, sonreí.

Me sujeté con fuerza a la cama, quebré un par de vasos por la ansiedad, tomé más de lo que podía dejar. Y no quiero moverme de acá, no existe más que estas paredes para poder inspirar el aire. Para saturarnos a sentimientos, para acompañarme a llorar.

No creo que te pregunté si podía entrar, fue demasiado rápida la pulsión. Certera la bala, justificada la sangre.

Encendamos la chimenea del corazón, volvamos a contarnos esas historias que murieron con la desilusión, bebamos un poco de vino y durmamos sobre el sofá. Quizás mañana podamos desdibujar la ciudad a besos, callar la voz del deber por un segundo con un abrazo, asfixiar con la saliva los miedos que no tienen pies.

Aquí la risa es codificada, el mensaje no es fácil de leer. Volamos sobre papeles escritos por alguien más, fumamos a escondidas de alguien que nunca hemos podido ver, tenemos peluches de carne, tenemos algo por qué morir.

Esta casa, es especial.
Desde acá se ve hermoso el atardecer.