jueves, 22 de agosto de 2013

Sobre los mitos y la creación.

 
 
 
Lo intentamos evitar, tantas veces ya, que olvidamos cómo era el color de nuestros ojos. Rascarse la pereza por la mañana que se alumbra bajo la ventana, salirse al balcón de todos nuestros días y recrear la vista con tanta sombra que nos vino, el cerro, a dar.
 
Sistemático y problemático resulta el camino que tomamos bajo tantas letras, tan sumergidos en nuestro mar, tan inundados de democracia que olvidamos lo que era una necesidad. Desde esa misma ausencia se esgrimieron mis letras, como rojo inscrito entre los miedos, tomando la curva hacia el misterio, pero sin ponernos demasiado serios.
 
Me tomé la noche para buscarme, sostuve la concentración frente al espejo, desarmamos el paisaje para volverlo a respirar. Un intento, quizás. Resentido y acomplejado se defiende el animal del ritmo permitido, del bombardeo constructivo y la neurona original, que tanta norma y tanta moral si al final lo dicho no sostiene en su sentido el dolor inicial.

 
No, ya no queda tanto.
Aun así, nada claro está.

 
Suspender toda astucia lejos de tus vicios, esconder todo eso que tu quieras contar. Guardarnos un secreto, inventarnos una sonrisa cerca de la dignidad, tomarnos los cuerpos tan libres que nos podemos murmurar. Así de juguetona es la herida, se abre y sangra para hacerme bailar.
 
Vomité lo de afuera para adentro, me pisé los pelos y pestañeó el pulmón, se me hizo agua el suspenso entre tanto universo por contar. Nos volvimos todos los muertos, nos vestimos de genocidio para podernos habitar.
 
Tan agotados por la vida a llevar que nos encendimos las estrellas con un fuego y nos sostuvimos lejanos entre uno que otro crecimiento, nos germinamos la esperanza por no vernos el sueño, entre esos desvelos quisimos conocernos un poco y algo más.

 
Quisimos conocernos un poco y algo más.