Estaba cayendo la noche, y las luces de las calles se comenzaron a encender. Una por una, sin avisar, como si supieran cuando deben prenderse, en el momento exacto, en esa milésima de segundo cuando tú menos lo esperas.
Tal y como me sucedió con las luces de las calles, me ha sucedido esta tarde. Sin esperarlo, fue sorpresivo y letal, tan letal como puede llegar a ser un farol.
Recuerdo que salí de casa apurado, pasé frente a un par de espejos y nisiquiera me miré, no había para qué mirarse, solamente quería salir a fumar por ahí, pensar un poco y escuchar algo de buena música.
A mi lado pasaron un par de niños, con poco uso, relativamente nuevos. Corrían como si nada en esta vida importara, como si ellos fuesen libres, pero no lo son. Nunca nadie es realmente libre, de hecho, nunca nos podemos librar de nosotros mismos.
Y cuando llega nuestro tiempo, nunca estamos listos, siempre nos toman por sorpresa, nunca estamos listos para la muerte.
Pero ya no molesta, yo sólo quiero fumar.
Seguí caminando sin rumbo alguno, pateando piedras y corriendo a ratos. Escapando de un enemigo invisible, escapando de mi propia existencia, renegando de mi humanidad, tratando de acallar esa voz interior que te dice: "Detente a descansar, siéntate un rato y siente el mundo en tu mano."
Y me di cuenta que el mundo era demasiado pequeño como para sostenerlo en mi mano, mucho menos en mis ojos. ¿Para qué gritar, cuando puedes callar?
Siempre tropezamos con la misma piedra, tal vez las podamos patear, pero de todas formas vamos a tropezar, algunos se levantan, otros simplemente se golpean demasiado fuerte. Y nisiquiera de eso aprendemos, es chistoso, pero en nuestra vida, lo único que aprendemos es a sumar, y lo más triste es que nisiquiera los números existen.
Busqué algo a mi alrededor, y quemé los últimos cartuchos de esperanza que me iban quedando. No tenía ganas de saber nada, a fin de cuentas, uno nunca está realmente seguro de algo, nisiquiera de nosotros mismos.
Las cosas son bastante justas según mi parecer, de todas formas, si supiéramos cuando se encenderán las luces de las calles, en el preciso momento en que ella cobran vida; de todas formas nos quedaríamos en casa, tomándonos un café o haciendo el amor. Nunca estamos listos, nisiquiera cuando sabemos lo que ocurrirá.
Pero supongo que es mejor estar tirado sobre una cama, amando a una mujer, sintiendo su cuerpo y su sudor, en lugar de estar esperando la magia de la luz bajo un farol.
A fin de cuentas, somos cobardes, todos. Y cuando sabemos que algo ocurrirá en un determinado momento, nos acobardamos y preferimos escapar. Siempre escapamos, incluso el que dice que no escapa de nada, escapa de la opinión del que dice que va a escapar igual.
Pero llegó el momento de aspirar una vez más este cigarro, que me relaja, me relaja demasiado. Y llegó el momento de abrazarte y no soltarte más, de besarte y caminar, caminar por esta calle, a paso lento y calmado. Juguemos a no escapar. Solamente seamos carnada del otro, amémosnos desesperadamente, que nunca sabemos cuando la muerte nos puede encontrar.
Dame la mano y no me sueltes, que ésto es tan perfecto como podría ser.
Y cuando llegue nuestro momento, no estaremos listos, tal vez estemos tomando un mokaccino o esperando la luz verde en alguna esquina de la ciudad, abrazados y con frío. Tal vez estemos sentados en la playa o rodeados de música, tal vez nos encontremos haciendo el amor llenos de pasión o cantando a viva voz con un poco de alcohol en el cuerpo.
¿Quién sabe realmente cuando llegará ese momento, y cómo estaremos nosotros?
Pero tranquila, mi amor. Después nos preocuparemos de eso, cariño.
Ahora abrázame fuerte que en un par de segundos más se encederá este farol.