martes, 7 de julio de 2015

Primera isla: Tempestuosa calma.






Tal y cómo queda impresa la huella de lo impuesto, allanamiento del corazón, inserto tan adentro el puño como tus ojos en mi habitación.

Tan mía siempre esta condición, tan amigo de la despedida. Empañadas y a la vuelta de la esquina descansan las buenas intenciones y las tardes por quemarnos en sudor.

Mañanas sobre la arena, noches bajo el sol de nuestros invasores.
Somos la tierra bajo nuestros dedos, somos los que mueven aquello que ha muerto un poco más allá.

Tormenta de sabores en cada mirada, no jugamos a gobernarnos: nos jugamos en cada beso la libertad. Esa que me junta el ombligo con la intimidad, que me descentra para preguntarme cuánto vale la identidad.

Que a todos nos falte algo no significa que tengamos tanto por llenar.
Que devengamos en polvo significa que podemos sembrar.

Dejarnos pasar, no sin hacer un trueque de pestañas.
Dejarnos estar, entre tanta razón un poco más de vueltas para enredar.

Tan erosionada la carne por las manos que se puede leer con la luz apagada.
Como ciegos en plena luz del día cuidando de no perderse el paisaje.


"Marcaban las doce las campanas y la luz fría de esa mañana de invierno asomaba con  no quedarse después de almorzar. La mesa de la oficina brilla de lo vieja que está y el olor de la madera mezclado con el humo de los autos compensan las ansias que tienen de salir a tomar un poco de aire. 

Suena otra vez la puerta al otro lado de sus tímpanos:

-¿Y eso le recuerda a sus papás?

-No, a mi casa. Al desorden de mi casa.

Guardó silencio un momento y sintió una leve herida en su nuca soltar una gota más. Como si fuera una avalancha de sílabas y colores se llenó de distancia el encuentro entre esos dos. Las evidencias al respecto de sus vidas fueron secretos que quedaron por contar, pero se hallaban tan perdidos cada uno en la pregunta que nos olvidamos de nombrar quién era que preguntaba y quién era que pensaba en sus papás."