martes, 27 de diciembre de 2011

Algo casi como yo.


Así como es, pasé la tarde pensando en él, en el suelo sobre sus pies y su sonrisa del ayer. Mañana ya fue, hoy ya se va, aquella noche se apagó el color.

Me resigné al juego, nunca dejé de ser niño ni de encontrar mi cabeza perdida de espalda al neón.

Me enterré sin huellas ni camisa, me senté en la estrella y domestiqué el sol.
Habité el patio y dije lo que pienso sin pensar lo que digo, te besé sin pedirte permiso ni perdón.

No recuerdo mi nombre, descanso en el entierro de mi propia imaginación, intenté ser algo casi como yo.

Confundí con la vida la palabra amor.
Se me fue bien lejos el calor, se me perdió la foto que guardé cerca mi habitación, se me extrañó el verano que recorrió el sur, se me rompió el amigo que creció y me quebré el camino a mi graduación.

Lo único que quiero es ser algo parecido, algo casi como yo.

La flor marchita bajo el césped y el mármol, bajo nuestros ojos, bajo mis cabellos, bajo mi colchón.
Aquella flor que un día fue tan linda que nadie resistió sus manos extendidas hacia el mocoso llorón.

Hoy, aunque me disparen al corazón, solamente quiero ser algo casi como yo.
Ni verdad, ni mentira.
Ni sincero, ni sarcástico.
Ni adorable, ni repulsivo.
Solamente, casi como yo, casi un niño, casi un perro, casi escritor.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Estado del terror.


Sencilla la palabra del que tiene la semilla escondida en sus dinerales, existentes sólo en boca de comandantes, en los ojos del que es reinante.
Sus manos agitantes entran por los oídos del estudiante, fuerte las garras de la mentira que lo arrojan a la cárcel por no promover el terror del almirante.
Apuntan la escotilla peluda del caminante, disparan recto a la nobleza sin preguntarte, color amargo, si piensas te embargo, porque la maldad existe en su bondad, en sus ganas de gobernar los pueblos que se alzan por dignidad.

Plantando bancos en cada esquina, privando al arbusto del sol, al cerebro del corazón. La casa tuya, no es ni mía, no de la deuda, es del que de arriba te mira, con voz de gigante te jura el orden social a costa de vidas montadas en la bomba escolar.

Si crujiese la pantalla no habría un día que plaza no vibrara a punta de felicidad, en la amistad del compadre del riel, de los ángeles sin brillantes, de la maría que aborta por falta de alimento al otro día, maría que aborta al mesías.

No quedaría boca sin estallar en la noche mía de las narices frías, no quedarían bombas para que ellos montaran. Mientras pasan los meses en frente del inocente tras rejas grandes, se fractura la pupila al ver la bala que carga hacia el que humillan, el hombre verde dispara al niño que abraza la vida, las rucas teñidas de sangre vertida por lucha de territorio, por defensa de su cultura, por ver la parcela del señor convertida en bosque libre de alambres.

Y que camine libre la luz que ilumina la verdad sin gobernante, sin agua que rompa carteles reivindicantes, sin gases que impidan al protestante contarle a sus nietos lo barato que está el hambre.
Nos cierran los labios cuando apuntan al militante, nos cierran los ojos cuando se levanta la orilla, cuando las montañas hacen el amor entre cables, cuando los ríos bailan con la represa fría, cuando visten al indígena con jeans y zapatillas.

La sensación del calor en la lengua que ardía por contar la trama de esta historia, el final de toda esta hipocresía de etiqueta fina y sonrisa de mentira. Del sujeto con la banda tricolor bañada en las carnes de esos que murieron por una ciudad sin tanques ni metralletas enloquecidas, del sujeto que predica la pesadilla bajo la cruz del dios que toca niños para crear el amor, para prohibir el condón, para bendecir el congreso y maldecir al peón.

Que venga y que salte el carnaval en medio de las tumbas de esos que aplauden cuando las guitarras vuelven a conversar la verdad.
Que venga y que salte la piedra sobre el metal militar que hace el aire irrespirable, que reprime mi pueblo de la forma más miserable.

Pero no puedes guardar la insurrección activa de un ejército de poetas sin tinta ni cabecilla, de jóvenes pacotillas que van y alzan la bandera gratuita.

No puedes silenciar la mano inquieta que arroja la ley al fuego que arde para calentar la casa del ocupante; la interrogante que revive la historia perdida, que da cuerpo a una lucha de millones de habitantes.

El estado del terror prepara la comisaría para otra jornada invertida en el que cambia las monedas por un plato de comida, por el que se fatiga para que su hija no llore sobre la animita de su hermano que balearon por manifestante.