sábado, 16 de julio de 2016

Eclipses.



Escuché más de una vez cómo nos explicaron que la vida tenía su orden, que las luces de los autos reflejan la pobreza de nuestros pies, y que la falta existe para taparla.

Encontré en más de una oportunidad nuestros cuerpos lanzados hacia lo real, contemplé los agujeros bajo la carne y dibujé un mapa para mis dolores.

Guardé las escaleras en mis bolsillos, subí trotando nuestras conversaciones y solté el humo junto a tu puerta.

Lo que se termina acaba por empezar, lo que vivimos muere en el instante en que nació, lo que compartimos se quedó junto al corazón.

Esas lluvias que se decoran de marejadas para azotar el puerto de la razón, así durante los inviernos me senté a fumar con los fantasmas de mi habitación.

Las fechas como marcas en la memoria, los números junto a la ausencia y las raíces de coronas para los reyes de la vida.

El tempestuoso viaje hacia la propia mañana, hacia la madrugada cubierta de fresca niebla.

A través de vínculos con argumentos para el amor me encaminé hacia una salida, unos ardieron para que el resto pudiese mirarse los rostros por breves segundos.

Yo me encontré con tus islas, desayuné junto a tus desembocaduras y me abrigué dentro tu voz.

Hicimos fuego para sentarnos a su alrededor, para asumir entre orgasmos lo que significa la imperfección, para contar las estrellas y las verdades mientras cosechamos los años sin color.

Eclipses del espíritu, artesanías de emociones y flores de sonrisas.