Me tomó la vida sin permiso, encorvado y perdido me aprecié nacer. Han pasado muchos hombres por estos ríos, muchos abusos cobardes, mucha boca que miente y vende la cola al más elevado, del niño embarrado sin orgullo, de las jaulas con sillas y los doce muertos que devoramos.
Aprendí a gritarte el miedo, a seguir vivo podrido, al tocar el pulmón con nicotina.
Fracasamos las mañanas, quemamos las tardes y sudamos picante de tanto correr. El suelo sin atajo, las mismas calles nos quitaron la libertad.
Así se nos fueron los años en tu ausencia, en los lamentos de arena, la culpa triunfante en voluntad. Me arrastré para cicatrizar, volé por sobre una mujer excepcional. Me encontré en las cuerdas, me entoné en ironía y el ojo quebré.
Me crecieron plantas en la cabeza de tanto interpretar, enredaderas marchitas con forma de espiral.
Nos tocó el final, la ausencia era más grande que la mentira sin manto. El mundo nos fumó como niños cansados de tanto amar, avanzamos por luchas que reviven la libertad, volvimos a ser lo que nos tocó acompañar.
Te seguí buscando en un pedazo de cielo, te seguí buscando entre estrellas en duelo, te seguí buscando casi como un anhelo.
Despedirme es un volantín que aplasta la nube primaveral, es complejo hablarte cuando te vas, cuando la opción es fibra de abismo.
Reconocí tu foto sobre mi altar, dispuesto a sentirte como un tiempo atrás. Tal vez esa inocencia pueda volver a comenzar, tal vez te quieras quedar.
Dirección equivocada, pedazo de la muerte enajenado, estarás cuando quieras estar.
Mis motivos son tan claros como sus sonidos, mi habitación ya no te huele más.
Sonrío y te apagas vivo.
Sonrío y ya no tienes destino.
Sonrío cobarde y te alzas.
Sonrío muerto y flores me vienes a comprar.
Adiós, hasta luego.