De una forma enferma encontré la manera para no volver a caminar sobre los mismos pasos que arden bajo la lluvia. Vamos, te invito, a herirnos de muerte, a dejarnos tirados sobre una nube fría y emocionalmente inválida. Y es que, tal vez, caí demasiado bajo.
El doctor me habló sobre gatos neonatos y las luces de los autos. ¿Estaremos bien?
Convertirme en mi mejor enemigo, un actor secundario en la escena vital, una mirada de soslayo que no causa dolor. Juguemos a ser sordos, a no conocernos, a no existir. Tengo ganas de comerte viva, parte por parte, sin aliños ni lágrimas, solamente debes sonreír y jugar conmigo.
El doctor me habló sobre gente normal y lo dañino del sol. ¿Estarás bien?
Y probablemente haya sido demasiado tranquilo contigo, porque ambos sabemos que tú sólo puedes amarme cuando te dejo abandonada, cuando te obligo a llorar. Es mi culpa, lo sé, pero no logré juntar el dinero necesario para comprar el látigo de cuero que tanto te gustaba, y ese disfraz de oveja que me quería poner.
El doctor me habló sobre platos rotos y pulsiones de muerte. ¿Estaré bien?
Lo siento, pero nunca me gustaron tus almuerzos, nunca me fascinaron tus miradas ni tu cariño. De todas formas tengo claro que ahora estás bien, aquél que ahora te hace el amor y te da nalgadas te importa más que lo que puedan decir los conejos que dejaste a medio morir sobre nuestra cama. Malditos conejos que no me dejan dormir.
El doctor me gritó algo sobre toallas sucias y luciérnagas aplastadas bajo mis pies. ¿Estarán bien?
Y supongo que al final no hace falta despedirnos; una patada en la entrepierna, un beso en el cuello y un susurro al oído, y yo podré seguir viviendo tranquilo. Tu ropa interior sin lavar y el aburrimiento de los domingos por la mañana me recuerdan a tu personalidad. ¿Cómo es que no puedo dejar de recordarte?
Tu rostro se refleja en las gotas que caen en mi piel, pero tu espalda es demasiado pesada para mi memoria, y tus pies demasiado ligeros para recordarlos. Para mala suerte mía, ahora me enfrento al más fuerte, al único que es incapaz de tenerme piedad, al que no puede mirarme sin dejarme catatónico.
Dentro de todo lo horrible que fue nuestra relación, extraño la calidez que encontraba al interior de tu vagina, la indiferencia con la cual me besabas y los abrazos que me dabas casi por obligación, pero no volveré a ti arrastrándome como siempre soñaste que lo hiciera, prefiero comprar una película pornográfica y imaginar nuestros rostros sobre los cuerpos de los actores. Si tuvieses el cuerpo de aquellas actrices volvería rogándote por una noche más, pero no, lástima por mí.
Casi como si formara parte de un macabro concurso de televisión, de esos en donde te preguntan estupideces y te muestran imágenes de niños muriendo de hambre jugando fútbol, mujeres tomando sol en alguna playa del caribe y la tumba de mi madre. Casi como si formara parte de uno de esos programas, quiero golpear en el rostro al animador y desnudarme frente a las cámaras, y gritar con desesperación "¡que se joda el fútbol, los culos bronceados y mi madre!", pero sé que no tengo el coraje para hacerlo.
El doctor soñó con su amante y las vacaciones con su familia, luego imaginó el auto que siempre deseó tener y contó las arrugas de sus esposa antes de dormir.
Después de una hora de oír al doctor hablar, pensar en tus mejillas y tu pelo por las mañanas, me levanté enfurecido y le grité:
-"Al crecer nos hacemos más fuertes, ¿más fuertes a qué?. Supongo que a nosotros mismos."
El doctor me miró, se levantó de su asiento y me extendió su mano. Yo estreché la mía con la suya, y mientras me miraba sonriendo me dijo: "Muchas gracias, es usted un excelente psicólogo, justo eso era lo que necesitaba escuchar."
Yo me quedé de pie en silencio, mientras el se retiró de la habitación. Miré la hora, y me percaté que se me hacía tarde, saqué un regalo de uno de los cajones de mi escritorio y guardé las llaves de mi auto en mi bolsillo, mientras bajaba las escaleras del edificio pensé:
-"Espero haya comprado el látigo con el cuero indicado..."