lunes, 17 de octubre de 2011

Desde lejos...


Deconstruir todo tu cuerpo, con cenizas de lo que venía. El silencio cómplice en la sonrisa, tantas alegrías sin la mía, todos adentro, empieza la vida.

Pateas el viento con la costilla, el ideal semi-perfecto, una vida dentro del color intenso. Tu vida dijo amor, una comida bendita, una relación erudita, unos dormidos entre la razón.
No dijiste a nadie que el perdón era una virtud que defiendes con la mayor presión, que eres la dueña de la vida que no queda todavía por agotar. No sé nada mejor que tus ojos prefiriendo una oración.

La persecución de la vigía, de espacio perdido entre cuerpos, entre miembros de la comunidad del experto, sin ciencia ni concierto, sin arte ni golosina.
Sola eres guía de la perdida, del mármol vestida, la consentida, de la que sin besar se despidió, sólo regaló una lágrima por su mejilla.

Que la lucha no es perdida, no es vencida ni adormecida. Somos cuánto vivimos por vivir, por querer sonreír, por pensar que tus caderas son mi guarida para llorarte con el sordo, con tus vestidos de simplicidad.

Anómala las islas artificiales de la relación, los puentes inútiles que cruzan entre cajetillas del humo del que nervios no compró. Que si soy un animal es para morderte el cuello más sentimental, que te corto el escote con la garra que sabe cantar, las 6 cuerdas de tu cuerpo están acordando besarme bajo el sol, con su hija del cordón de la zapatilla más bestial.

La herida que dejó el que no volvió, que temió la fuerza de nuestra revolución.
Tus piernas permiten que se raye el cuaderno del patio juguetón, el error del que se enamoró. Tú mis letras más tuyas, yo tus besos más míos.

Vuelve al sol del tercer al mundo, vuelve a soñador.

En tus cabellos se escribe la historia de nuestro dios. Mártires en las curvas de tu enajenación.

martes, 11 de octubre de 2011

Tú.


Entro por el norte de tu cuerpo, me escondo detrás del pecho a medio reventar. No busco nada, solamente vengo a recordar(te). No sé si vuelva a ver después de resolver cómo te saludaré esta vez, cómo se escribe el cuento al revés.

Te devuelvo el papel en donde te quise retratar, con letras perdidas y tintas descremadas de tanto doler la ausencia de tu boca sobre mi hiel. Te lo devuelvo para que te quedes con mi sombra, o con la cábala que nos unió los encuentros. Cuando la sangre arde es porque sed tenemos los amantes, sed de nosotros, de comunión, de libertad.

Admirarte, estrella perdida, sin luna conocida y sin mapa reducida. Tus promesas que se esconden hacia adentro por miedo a que el temor las vaya a asustar, de tanta mañana que la soledad te acompañó a despertar.
Despierta(me), no quiero que me faltes al respirar.

La primera bocanada de un suspiro tuyo construye el mar que necesitábamos para escapar, no sé bien de qué, quizás de la misma idea de un mar.
Al pasar las horas llegó tu mano temerosa buscando mi palma para arrojar sus raíces entre mis cabellos, entre mis pensamientos y mi (no)lugar.

¿Cómo caminar la noche más oscura si no está la preferida sostenida en el cielo, mirándome siempre con su ternura de cal, con la independencia que se regala al sonreír?

Sonríe y alumbra desde el universo que estés.
Sonríe y no olvides que todavía un perro te aúlla al pasar.
Sonríe y sujétame que la bala formal me quiere cazar.

Tú, la curva sin final.
Tú, la llave para abrir el viento.
Tú, la calle por donde marcha mi amor.
Tú, la protesta en susurro.
Tú, tan igual a ti.

Y todo lo que pase tendrá tu recuerdo, justo entre el afuera y el adentro.

sábado, 1 de octubre de 2011

Lo marchito de la flor.


Aunque nunca conociste las notas de mi voz, y sólo pudiste con los ojos decir adiós, casi jugando a no doler, a sujetarse con ambas manos del olvido, a soñar con que se nos han agotado los sueños; siempre llorarás sin palabras.

Las cuerdas que intentan buscarte en los recuerdos más agrietados se rompen de tanta saliva que quedó por cocinar.

Fresco el olor a ausencia en mi nariz, sobre mis estrellas no existe ningún dios, no queda espacio para mentiras junto a la luna.

No creo que tus manos se perdieron en el naufragio eterno, no creo que tu boca se secó de tanto callar, no creo que tu calor se va con cada invierno, no creo que no queden fuerzas para internar la mirada hacia el núcleo del dolor.
Siempre podemos morir aún más.

Inmóvil el cabello de tanto reprimir con químicos la libertad de las ideas que fluían hacia el viento desde tus pies. Y si te sobraba piel era para abrigar, la inocencia y la emoción, para mantener a los niños intactos, para darle, al presente, más color.

Cae nuevamente sobre la almohada, (re)vívela a punta de anhelos, imprégnala de ese pasado que bien supiste sonreír. Trae la calma y déjala junto al gatillo, que si apunto y disparo la libertad tiene que ser directo a la razón.

Tú que vistes de mármol, con la corona de pasto y las pestañas bañadas en flor, que caminas con el horizonte, que te tropezaste con el otoño y, cual hoja, te soltaste del árbol para poder (no)ser.
No ocultes lo desconocido tras la complicidad del silencio, (de)vélate el conocimiento para que te pueda ver.

Cuando cerraste los ojos y corriste la mirada del sol, finalmente permitiste que lloviera en mi habitación, permitiste que florecieran rosas marchitas, que se mojara el papel y que temblara la tinta.
¿Dónde está ahora la golosina de la resurrección?, ¿dónde quedó el gesto de resignación?

Tras los dientes del amor violento, encontraba mi comida. Levántate, con aves que hablen tu idioma, entiendan tu dolor y se pierdan en tu respiración.
Susúrrale a la vida lo que nos queda por vivir y encuéntrate sola una vez más, con la mente perdida siempre entre los autos que pasaron sin saludar.

En el último segundo, tu pulso destruyó mi mano; y yo nunca pude volver a escribir igual.
Nunca volví a ser igual.