domingo, 12 de mayo de 2013

Segunda vejez.



Apuntaron la bala a la orilla de nuestras caras, nos quemaron el aire para no dejarnos recordar. 
Se nos vino la corriente sobre el pez, se nos fueron los días cuando nos tiramos sobre el colchón. 
Existimos en grito, ahora la propia vida hay que cargar. Tiritaron nuestras llamas, nos pillamos las ganas, intentamos jugar otra vez: hicimos la revuelta como juramento de libertad. 

Brillante al extremo del centro, liviano y transparente se cruzó hacia el dolor. 

Los paisajes que habitamos nos quedaron cortos para soñar, dijimos cuánto pudimos callar, nos tapamos los muertos y ya no fuimos más. Dame eso que escondí, ven hacia el más tibio silencio. Sácate la verdad y cambia el antifaz.

Así sin cerrar el intento, fallamos todo cuánto funesto. 
Cuando escuché el abril me sangró la razón.  
Se escabulló aparte del cerebro, tengo una herida abierta hacia adentro. 

Entre tanto sueño envuelto, entre tanta saliva y cuerpo hambriento, yo silbé una lucha existencial. 
Porque prometiste mantener el tono de estos momentos, caíste sobre el adiós y la flor marchita, te revolcaron palomas el sol, te cubrieron entera la duda para que no se hallara perdida. 

Y ya nadie es tan tuya como la ausencia, ni la luna misma cae dormida sobre el mismo dolor. Por desear lo lejano quise irte a buscar, perseguimos la nube que pintara el mar. 
Y, como explicando las huellas acumuladas entre pestaña y lagrimal, me dijiste que el susurro fue caricia cuando el mundo fue un minuto vuelto al azar. 


"Todas las partes me parecieron distintas, todas las sonrisas juntas, pero ninguna tuya. Un motín sentimental, un jardín me crece mientras avanzo hacia atrás. Se me gastan los ojos de tanto mirarme el reflejo, justo eso: la subida no es más que una ilusión.
Justo eso: perdió su vida con la mía."