Despertó esa mañana con una sensación distinta, casi con tranquilidad, como si tuviese la certeza de que ese día sería distinto.
Se levantó y caminó hacia el baño, se miró en el espejo por un par de segundos y se despeinó un poco más.
Resignado a vivir un día más, giró la manilla de la ducha y disfrutó el sonido del agua contra la bañera.
Se desvistió y sin pensarlo dos veces se metió bajo el agua tibia e intentó relajarse, el tiempo pasaba lento y él se sentía cómodo, no había nadie más en su casa, le gustaba la soledad.
El reloj sonó, al igual que todos los días, siempre puntual, avisando que la ducha se debe cerrar, tiempo para vestirse y luego a trabajar.
Cerró la llave, tomó una toalla y se apresuró en vestirse puesto que tenía ganas de pasar la librería que está camino al trabajo.
Se vistió y salió rápidamente de su departamento, bajó las escaleras casi corriendo y salió del edificio sin despedirse del conserje.
Caminó un par de cuadras y entró a la librería, se paseó unos minutos por los pasillos hasta que un libro negro con tapa de cuero viejo y lleno de polvo llamó su atención. Lo tomó y lo revisó superficialmente, sin pensarlo mucho, fue a la caja y lo compró.
Una vez en su lugar de trabajo, leía ansiosamente durante sus momentos libres, hasta que acabó el prólogo y comenzó a leer la novela en sí. Primero lo sospechó, luego comenzó a asustarse y finalmente estaba completamente seguro, ese libro, relataba su vida.
Todo, tenía todo, incluso aquellos momentos que él había olvidado ya, su infancia, la adolescencia y finalmente la adultez.
Desconcertado y asustado, se dirigió directamente al final del libro, y se encontró con el capítulo final, el nombre del capítulo le provocó escalofríos y sintió un nudo en su estómago.
"Muerte", se titulaba el último capítulo.
Dentro de sus planes para el día de mañana, él iría a ver a su novia, planearían los últimos detalles para la boda que se llevaría a cabo en un mes más. La amaba y quería vivir cada segundo junto a ella, realmente era el amor de su vida, deliraba con su mirada, soñaba con su cuerpo y adoraba su mentalidad. ¿Cuánto estaba dispuesto a dar por ella? ¿Qué haría por un segundo junto a ella?
Cuando llegó al punto final de la última página de aquel libro, tenía unas enormes ganas de llorar. El miedo a morir le atormentaba, conocer el cómo, el dónde y el cuándo, de su muerte, le quitó todo tipo de esperanzas con respecto a un futuro más feliz.
Salió de su trabajo y se fue a comprar un café a la esquina, caminó lentamente las calles hasta su hogar, trataba de fijarse en cada detalle, en todas esas pequeñas cosas que antes no había visto a causa de la rutina y la monotonía del diario vivir.
Se sentó en esa banca que siempre se había querido sentar, bajo ese viejo árbol que siempre había querido fotografiar alguna tarde de otoño. Se tomó lentamente el café, miraba al cielo y a la gente que pasaba a su alrededor, todo este escenario le producía cierta melancolía, tuvo ganas de llorar, pero no lloró.
Entró a su departamento, tiró las llaves sobre la cama y se sentó en sofá que estaba frente al televisor. Decidió ver esa película que tanto le gustaba y que no veía hace muchos años, puesto que no había tenido el tiempo disponible para verla.
Mientras veía la película, recordó muchas cosas, tal vez cosas que no valen la pena para ser escritas acá, pero cosas que para él tienen un valor incalculable y que él creía olvidadas en ese inmenso vacio de su memoria.
Rió, sonrió, meditó, recordó y anheló.
Se levantó y fue a la cocina, se preparó ese plato que tanto le gusta y puso su música favorita a todo volumen. Cantó y gritó cada coro de esa canción, saltó sobre la cama y jugó a ser guitarrista.
Finalmente se tiró sobre la cama y se quedó mirando el techo hasta que se durmió.
Tenía en sus manos el poder de revertir su muerte, sabía cuándo ocurriría, dónde ocurriría y cómo ocurriría. Era cosa de no ir a tal lugar, en tal hora, tal día. Sencillo, ¿no?
A la otra mañana despertó y se metió a la ducha, se bañó rápidamente y se vestió con la ropa que más le gustaba a su novia. Salió apurado, bajó corriendo las escaleras y se despidió del conserje con una sonrisa.
Pasó a comprar un café y tomó el bus que va a la casa de su novia. Durante el viaje pensó en ella, en todo lo que han vivido y en lo mucho que le gustan esos lunares que ella tiene en las mejillas.
No descubrió nada nuevo, solamente se admiró con todas esas cosas que se habían convertido en comunes a causa del tiempo. La manera en que sonríe luego de un beso, la fuerza con la abraza cuando llora y el modo en que suspira cuando hacen el amor.
Recordó toda esa pasión, todo ese amor, toda esa ternura contenida dentro de aquella hermosa mujer. Se sintió afortunado, eternamente agradecido de ella y quiso llorar, pero no lloró.
Tuvo que terminar de golpe con sus divagaciones porque estaba llegando a la casa de novia. Bajó rápidamente del autobús y se quedó de pie frente a la puerta de esa casa por 10 minutos, no sabía qué hacer, qué decir, qué pensar.
Nunca se dió cuenta que ella lo miraba escondida desde la ventana que está en el segundo piso, sobre la puerta. Ella sonreía y pensaba en lo lindo que se veía allí de pie tras su puerta, hasta que finalmente él golpeó la puerta con su típico ritmo.
Le sonrió, le saludó y la besó. Fueron a su habitación y hablaron de los detalles que faltaban, los invitados, la comida y la orquesta que tocaría durante la fiesta. Hablaron de los detalles y se juraron amor eterno a través de las miradas, se amaban, se amaban tan intensamente que darían la vida por el otro.
Se miraban entre frases, se miraban tal y como se miraban cuando la música movía todo a su alrededor, miradas cómplices, miradas de amor.
Se besaron una y otra vez, se recostaron sobre la cama, se desvistieron, e hicieron el amor.
Era una ecuación irracional, era una metáfora sin interpretación, era la unión de dos esencias a través del placer, eran uno solo y al mismo tiempo eran dos.
Se tocaban, se movían y se suspiraban. Sus cuerpos hablaron por ellos en esos momentos, todo era perfecto, se conocían tan bien, tenían tanta confianza, que todo era perfecto, no podía ser de otra manera.
Él despertó junto a ella, desnudo igual que ella y cuando la vió a su lado, le besó los labios y se vistió silenciosamente. Le dejó un papel en la almohada y salió con una sonrisa dibujada en la cara.
Iba cruzando el parque en búsqueda de un café, en realidad quería dos, uno para él y otro para ella. Cuando vió la tienda al otro lado de la calle, miró su reloj, vió la hora y sonrió. Guardó su reloj en el bolsillo, cerró los ojos y avanzó un poco más. Estiró su mano derecha y se topó con el tronco de un árbol, abrió los ojos y vió que era ese árbol que siempre había querido fotografiar, se sentó en la banca y pensó un poco más en ella. Sí, la amaba.
Sacó una monedas de su bolsillo y las contó, se las guardó en su bolsillo de vuelta y miró el café.
Se levantó de la banca y vió venir un auto a una gran velocidad hacia él.
No se movió, simplemente vió las luces de aquel auto romperle las rodillas y quitarle la vida.
Finalmente quedó tirado bajo ese árbol, ese árbol que siempre había querido fotografiar una tarde de otoño.
Ella despertó y no lo vió a su lado, supo que había ido a comprar café, siempre va a comprar café. Sonrió y tomó el papel que estaba en la almohada junto a ella. Lo leyó y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-"Te amo y te amaré por siempre. Sí, mi amor. Acepto, te cuidaré, te protegeré y te querré todos los días de mi vida. Es sólo cosa de tiempo nada más, es sólo cosa de tiempo para que veamos esos sueños que soñamos juntos, hechos realidad. Te adoro" . Y dibujó un corazón un poco más abajo, en el papel.
Ella volvió a dejar el papel en la almohada y la abrazó fuerte, respiró profundamente con la nariz pegada a ella y disfrutó del olor que tenía la almohada. Olía a él.
Mientras la abraza y sonreía se dió cuenta que había algo bajo la almohada, movió la almohada un poco y encontró bajo ella un libro negro con la cubierta de cuero antiguo y llena de polvo.
Lo abrió y leyó en la primera página:
-"Aquí viviré por siempre, para tí con amor."
De ahí en adelante, deja ese libro todas las noches bajo la almohada y le susurra entre lágrimas que nunca lo va a olvidar.