Como una bicicleta sin cadena, o los pies sin el cuerpo. Entre el abismo atractivo, y lo más profundo de un miedo. Porque no puedes dejar que alguien se vaya, al abrir los ojos y sentir la necesidad de que alguien te respire en la nuca.
Discípulos de la aturdida Jerusalém, hijos del teléfono desconectado, amantes anónimos de las luciérnagas solares. Al Caminar por sobre el viento, aunque te inunde ese conformismo inepto que no puedes dejar partir, al parir tus enamoramientos más intensos y recordar tus besos más etéreos.
No me malentiendas, sólo digo que la ignorancia trae más felicidad que un atardecer lleno de sabiduría, o una estrella abundante en conocimientos.
Regalarle una canción a una estrella fugaz, sentir la saliva enfriar tus labios luego de ser pasión. Delicados minutos inflamados que caen en espiral, estar otra vez en ti y volver a ser los ojos ciegos que tanto quieren ver.
Unas ganas enormes de no volver a pedir más de lo que se puede obtener, el gris del cigarro pisado por la indiferencia y el violín más desafinado puede hacerte llorar con una sonrisa dibujada bajo tu piel.
Intentar no olvidar los rostros de la gente al cruzar la calle, los gritos de un bonzai y la locura de vivir frente a un computador.
Escribimos porque no sabemos hablar de estas cosas, imaginamos porque no nos atrevemos a vivir la realidad, idealizamos porque nunca nos gusta la verdad.
Echar raíces a la esquizofrenia que ilumina todo de manera tan tierna y cálida, buscar desesperadamente esas catarsis que hablan de morir y de vivir.
Células despedazadas, cuerpos tirados a un lado de la memoria, percepciones que nunca llegaron a sentir.
"La vida sin la muerte, es como el sexo sin orgasmo. ¿Hacer el amor, o compartir las sábanas con un desconocido?
Sólo se trata de morir luego de haber vivido lo suficiente para decir que estás muerto.
Tu lágrima cae en mi ojo, y yo soy feliz..."