Si la cama hablara, mis mentiras más fuertes no tendrían pies para correr.
Morder la mano que te da comer, desteñir el ojo del que sonrió, quemar la casa de oración, escupir al cielo para que se moje el sol.
Todo lo ingrato quedó oculto bajo mis zapatos, pero el olor de la noche dibuja el final cada vez más lejano, colorea más austero al perro, delinea más pobre al mendigo.
Porque muchos son los actores, muchos los artistas, pocos los locos, a los que les acomoda la enajenación.
Hoy derrotaré todas mis luces, apagaré el reflejo de tus labios y jugaré a ser mortal.
Me alimento de un cadáver que se hace familiar, como si tu nombre estuviese escrito en el piso, como si el invierno mismo se lamentara de los vasos que llenó con sus lluvias poetas.
Dame tu espalda que hay besos que callar. Dame tus mañanas para que yo pueda anochecer. Dame tu mano para yo pueda existir. Dame tus miedos para que yo pueda ser tu dios. Dame todo lo tuyo, pero no me des el adiós.
Te puede doler el amor, puede satisfacerte la promesa incumplida, incomodarte la conciencia roedora, anularte su romance de Cervantes, aburrirte la tarde calurosa del verano mal acompañado, iluminarte algún auto que vaya en contra de tu dirección.
Yo muero en el recuerdo, viajero silencioso que recorre las comisuras de tus labios.
Y me da pena pensar, que algún día me gustó eso del amor.
¿Cómo hallar tu risa en un paisaje que no tiene color?
Y me da pena pensar, que algún día en tus brazos encontré el calor.
Y me da pena pensar en ti.
Dame tu espalda que hay besos que callar. Dame tus mañanas para que yo pueda anochecer. Dame tu mano para yo pueda existir. Dame tus miedos para que yo pueda ser tu dios. Dame todo lo tuyo, pero no me des el adiós.
Casi como una enfermedad crónica es mi ansia de retomar la infancia que hace años, ya, me dejó. Por lo mismo grito hacia adentro, quizás alguien escuche eso que tenía para decir.
Y por eso guardo la botella dentro de una carta para arrojarla lo más alto posible, con la esperanza de que alguna nube la quiera sostener un tiempo, tal vez toda una vida.
Y me pena la nube.