Nos encaminamos por el sendero que no hace daño, escondidos de las estrellas, jugando a no existir.
Arrastramos almas ajenas hacia nuestros bordes, el centro intocable, la sangre que no fluye por las pestañas, las pestañas que quieren vivir y no pueden. Imposibles segundos que caen como gotas de lluvia sobre alguna laguna mental.
Distinto el sentido que le das a mis pies heridos, involucrando un poco más la profundidad que no posees, desechando todo tipo de razones que me puedan ayudar.
Pequeños son los caballos cuando tu cuerpo delirante se monta en el tablero de ajedrez, turnos y turnos se entrelazan en una trenza anímica sin estructura morbosa, más bien un poco confiable.
Hacer el amor bañados de mar, justo cuando sube la marea, cuando no hay botes a nuestro alrededor, cuando la isla en donde vivíamos desapareció.
El tiempo endurece hasta la mirada más tierna, los errores destruyen el sentimiento más puro, los hombres detonan el cerro para beber de su corazón mineral, valioso capital que el encéfalo puede devorar.
Desaparecido el que abrazó un ángel sin alas, un androide celestial, un querubín maldito. No salgas a buscar algo que no puedes sentir, no hables de cariño si la noche todavía tiene un sabor amargo, no te sientes si la banca emocional todavía no vuelve a ser vista.
No puedo recordarte de otra forma que no sea a través de tus manos creadoras, de tu boca divina y tu cuerpo progresista. Curvas son las rectas que desdibujaste en mi retina.
Alguien que todavía no aparece me habló de cómo fue el atardecer de mañana.