Se inventa el mismo cuerpo cuando se levanta, se ilumina el rostro completo bajo la luz de la rutina, quizás cuántos pasos perdidos, quizás sea que tenemos más existencia dentro de lo prohibido. Al momento de afinar los ojos hacia el horizonte se nos vienen abajo los verbos ineptos.
Nunca me alcanzó la historia para contar todo el cuento, no dieron los labios el ancho para sembrar tanta risa de malintencionado. Blanqueamos el humo en los pulmones, subimos las cejas junto a las estrellas y nos volvimos caminando por entremedio de las piernas hasta llegar bien confusos, como buscando un refugio, como si no quedara mucho por morir.
Y que sea esta letra tanto abrazo como puño, porque eso mismo que pensaste mientras dormiste es el tesoro de la almohadilla. Porque dejamos nuestros cabellos sueltos sobre las costillas, porque fuimos esos que conocían un territorio por amar dentro de sus miedos. Probablemente tan ilusos como ingenuos, tan sueltos que nos bebimos toda carne, tan libres que saboreamos la sonrisa de la tarde malgastada.
Pensemos que sea ese el motivo por el que hace tiempo lloran las venas, esas mismas que guardan huellas y se fuman la retina. Porque pasan los años, se cuelgan las mañanas como sábanas en las ventanas del corazón, se nos arrugaron los huesos por el frío de la ciudad, nos mojamos el recuerdo en las aguas del mar.
Recorrimos las vocales de nuestros nombres como los lunares que flotan en tu piel, empecé a contar otra vez para no perder el número de momentos que nos quedan por perder. Déjame verte por una última oportunidad y así jugar al intento de que las horas no son en vano, que el sentido mismo de la vida está en el brillo de sus ojos cuando miraba el final.
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