viernes, 10 de julio de 2009

Beta..


Escuchaba lejos los susurros de un mar furioso, iba demasiado concentrado en el recuerdo del jardín que un día tuvo y que, en un arranque de racionalidad, prendió en llamas. Leía entre líneas, allí donde nadie más podía leer, y no se podría decir que fue tomado por loco, porque muchas veces nisiquiera fue visto. ¿Para qué esconder la verdad bajo la obscena luz de la comodidad? Un insulto para sus oídos, una blasfemia contra lo natural.
Sometido al miedo contra la partícula, las pasiones de los instintos son más fuertes, invencibles y veloces, actúan antes de avisar.

Ella le dijo cómo, cuando y por qué. Una serie de palabras que desataron un caos enorme en el interior de una habitación llena de colores transgénicos. Y cuando creyó que se había dejado atrás, se encontró de frente con el comienzo del descanso. Cuando el suelo se separó en dos y el silencio de los abismos inundó sus oídos se detuvo y admiró la perfección del yo.
Desparramó gotas de vida sobre el jardín, lanzó un trozo de papel encendido en sueños y entibió su cuerpo con las llamas de la muerte.
Vió los movimientos del cuerpo de ella mezclarse con las curvas de la arena cuando se encama con el viento.
Existe un cielo sin estrellas, existe una luna que no quiere brillar y un sol que se niega a calentar.
Hay mentes que niegan la exactitud de la lógica, la vulgaridad de las fórmulas y el incomprensible infinito.
"N+1 nunca será igual que n+2-1, porque el primero sólo suma, mientras que el segundo, añade para perder. El resultado está afectado por el proceso de la operación, los números también tienen sentimientos", dijo una vez cuando trataba de explicarle que no se fuera.

Imaginó haber visto un beso en sus ojos, una extraña chispa en sus caricias. La imaginó completa, con todos sus detalles, y comenzó a jugar a descubrirla, a encontrarla y a contenerla. Vió su reflejo en las lágrimas que ella derramó al amanecer, interpretó la felicidad absoluta y abundante, compartió un orgasmo instintivo, veloz, repentino y de verdad.
"Todos tenemos una propiedad matemática innata, la propiedad absorvente del cero, esa que no deja nada fuera de nosotros, sino que todo en nuestro interior.", le susurró al oído y se lanzó a la incertidumbre del océano subjetivo, ese que todos tratamos de dominar con la razón, pero que es inevitablemente salvaje, y que nadie puede controlar, mucho menos él, el hombre beta.



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