
Me está matando el fuego que mueve tu corazón, los ríos sin agua que viajan lejos de toda razón, desde mis dedos hasta convertirse en canción. Volví a cero, desde un disparo la cien. Me muevo, inepto y torpe cuando me quieres tener.
Entre las cejas, tu cuerpo se descolgó, tu sonrisa impuesta con armas de juguete por sobre todo color.
Que si hay una razón para perder el control, está en las líneas del motor. Ese que hace que tu carne baile, te azota y dice lo que otro no te contó.
Conoceré, tal vez, un destello de tu humanidad, una sombra de calor, una cueva sin dolor. Esperaré, quizás, abrir el cielo con tus pies, abrazar la opción de que existe un motivo por el que late mi corazón.
No pretendo más que capturar esa brutalidad de tu mirar, esa fuerza al descansar, los caminos sonrojados que en mi espalda quedarán; marcas al viento, susurro en tu ombligo para que te puedas embarazar.
Amarrarte a la costilla del ideal, recibir el balazo oral, sólo los dos; apagar el sol.
Colgada de las estrellas, avergonzada de la nada, intimidada por el que pasó cojeando. Mirando, los animales sangrantes, mordidos por el silencio, resguardando algo de aire limpio para respirar.
Quédate, sólo así puedo descansar sobre el suelo sin llorar.
Quédate, mi sonrisa te quiere buscar.
Algo con tonos de felicidad, mucho más de lo que pude imaginar.
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