miércoles, 19 de diciembre de 2012

Camino al centro.



Que si el cielo se viene abajo es cosa de aquellos se preguntan por el olor del miedo. Como si la muerte trajera un poco de frío, nos abrigamos en la carne del amigo. Presencia en la carencia, humanamente sujetos a los caminos que llevan a casa. Futuros para los muertos: inciertos, pero quizás sean contigo. 

Tal vez el ojo no puede el huracán, tal vez mis años nunca volvieron atrás, tal vez nunca tuvimos tierra en las mitades, tal vez nos separamos lejos de las sociedades. Presos de la mañana en el hielo del olvido, se quemó todo lo escrito en la piel de tu suerte, regálame un poco de tu muerte, entrega lo que quieras recordar. 

Así, ni tan iguales, nos fuimos asesinos en un perdido destino. Sentados sobre las manos, las manchas de las piernas nos decían lo que era la amistad, sigue tranquilo el viento en los latidos, persiste mi dolor por no hallar esa comisura de invierno, esa ansiedad del calor eterno.

Avanzamos, sin tocar los momentos normales, nos desplazamos desde las rosas hacia las ausencias. Nos fuimos, casi sin pisar, lloramos solamente cuando nos encontramos sin luces. 

"Cuando las estrellas tocaron su mismo cielo, cuando la mano se extendió dentro del hermano, cuando las semillas crecieron en libertad: en ese cuándo se contiene toda la esperanza de volver a comenzar eso que nunca comenzó, morir sin haber nacido, recordar desde lo perdido, amar con todos los sentidos.
Una reina contenida en una arista, jugaba con los lunares que sujetaban sus hombros pintados con papel. Esa misma que rasca las horas colgando sobre el nunca y el después. 
Sosteniendo la cruz entremedio de los pies, sintiendo el pecho salirse para no volver.
Por el lado nos saludó la vida, nunca supimos ni cómo se veía, tampoco si era tuya o mía. 

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