viernes, 3 de marzo de 2023

Atacama

 Una recta sujetada en el último extremo de continente, en el borde del pedazo de tierra que quiso descansar hacia el sur de nuestra existencia. 

Por allá se desbordaron los ríos durante los viejos tiempos, por allá se abrieron paso desde la montaña hacia mar: enormes torrentes de lágrimas y dolores ancestrales clamando entre vertientes por aquellos que nunca lograron volver. 


Donde se torna más seca la vida, donde la sal y el viento momifican misterios y caminos hacia caletas olvidadas por los corazones de la humanidad. En esas orillas frente al mar el silencio cuenta anécdotas de alfareros que hablaron con el cielo. Mirar las estrellas es mirar su reflejo en las olas, es verlas móviles y danzantes frente a la eterna oscuridad de este desierto sin propietario. 


Aquí lo que hoy es superficie, alguna vez fue fondo: profundidad.


Aquello que se asoma, que insiste en el límite, es también un canal hacia los dolores que lo mueven / nos mueven. 


¿Y qué seremos? 

¿Dónde procederemos a convertirnos en un susurro más de esta planicie que se hunde, pero será superficie?


Las quebradas, las curvas entre el agua y los cerros, esa coreografía que fluye hacia lo que se desemboca. De tanto mirar arriba, ¿miramos hacia adentro? ¿Sentimos hacia adentro?


El agua es mi registro.

Mi pulso, una marejada. 

La luna, otro rostro sobre el negro hierro del mar.  

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