martes, 1 de octubre de 2024

Rosas en el jardín.



 Pasaban las horas mientras la mirada se mantenía clavada en el reloj, afirmándose en cada paso del segundero, en cada sonido de ese mecanismo que marcaba el tiempo y que se encontraba tan afuera como adentro mío. 

Y pensaba que los días van corriendo uno tras otro, a todos nosotros: los días nos corren al mismo tiempo, pero nunca nos encuentran iguales. "Quizás sea porque hicimos de esta época la peor para existir, pero lo intentamos con las mejores intenciones". Tan obligados a amarnos que el odio se hizo cotidiano como si fuera una forma de resistir, tanto odio como defensa inconsciente que se nos cayeron las estrellas encima. 

Fuimos dioses, que hicieron nacer luces en el firmamento para dejarlas arrojarse contra montañas y cualquier superficie que fuera necesaria de sacrificar para que sigamos escribiendo páginas de historias a la orilla del mar. 

"¿No habíamos aprendido que al subir la marea todo se borra y ya?", leí en uno de los fragmentos de mi memoria, pero no logré sostenerme mientras seguía cayendo al vacío de mi propia existencia. 


Puede ser que mi deseo esté arrojado más allá de mi, puede ser que ya tuve más de lo que soñé. 


Tuve tanto, allá cuando estuve contigo. 

Llegué tan lejos del dolor cuando tu voz era canción. 

Fuimos tan nuestros, que lo que quedó no me reconoció. 

Hoy la vida me ha dado distintos nombres, nunca volvió a darme aquella flor. 


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