miércoles, 12 de noviembre de 2008

Viejo loco...


Miré por última vez la gente que estaba a mi alrededor. Las miré como quien mira un cadáver en pleno estado de putrefacción. No las sentía cerca, no las sentía humanas, no las sentía. Ahora tenía ganas de caminar, no tenía ganas de nada más.
Cruzé lentamente la calle, no me importaba si pasaba un automóvil por encima mío y se acabara aquí este relato. No, aquello no me preocupaba.
Yo solamente quería llegar al café de enfrente y mirar desde afuera a la gente que se servía aquella tasa humeante mientras sonreían y comentaban su vida con algún otro humano.
Los miraba con atención, como si tratara de buscar alguna luz de esperanza entre tantas miradas y tanto vapor.
Me senté en la banca que estaba frente a la puerta del café, allí le dedicaba un momento de atención a cada ser andante que saliera desde aquella cueva de cafeína.
Yo estaba mal vestido, con unos pantalones algo rotos y las zapatillas sucias. El abrigo me pesaba cada vez más y mi pelo demostraba que yo no le daba ni un segundo de atención.
La mirada cansada y la piel arrugada, todos eran capaces de darse cuenta que yo ya había vivido lo suficiente.

Me senté allí y comenzé a caminar hacia atrás mentalmente, me motivé sin razón alguna y heché a andar esa locomotora que me lleva al pasado gratuitamente.
Era algo doloroso, pero a la vez agradable. Aquí es cuando comenzaba a revivir mis momentos en paz.
Iba recorriendo un polvoriento museo de ilusiones que en algún momento había vivido.
Muchos soles, muchas nubes, muchas gotas de lluvia y muchos juegos que olvidé cómo jugar.
Los momentos más preciosos estaban allí, todos esos en los que temblé cuando los viví.
Porque el hombre sabe cuando alguien es "ese" alguien especial, porque el hombre puede percibir claramente cuando está viviendo un momento más importante de lo normal.

Aquí iba yo, con un bastón en la mano y los mismos ojos desde que nací. Sentado en el último asiento del vagón, mirando hacia mi interior.
Muchas caras, muchas manos, muchas palabras que se han ido apagando a medida que los años han ido dejando su huella en mi caminar.
Duele, y mucho. Porque ya no puedo recordar la manera en que mi madre me sonreía, tampoco recuerdo el auto que teníamos cuando yo tenía 5 años, no me puedo acordar de la cantidad de canas que tenia mi padre en el pelo, tampoco puedo encontrar el color del papel de regalo que envolvía ese presente que me dieron cuando cumplí 18 años.
Porque busco y busco, pero no encuentro la lista de nombres con los cuales ingresé en el primer año de la escuela.
Puedo ver claramente esas tardes en la playa, pero a mi alrededor hay hombres y mujeres sin cara.
!Yo nunca quise olvidar la mirada me padre, nunca!
Pero se fue...Se fue sin avisar, un día desperté y ya no me acordaba de su mirada.
Lo que sí recuerdo claramente, es cómo lloré cuando me di cuenta de que el tiempo no me daba tregua.
Es triste revivir el recuerdo de tu perro corriendo por tu patio y que cuando ladre no puedas escuchar nada, porque el sonido murió, porque el olvido lo mató.
Es triste revivir la primera vez que hice el amor, porque no recuerdo cómo estaba vestido, ni lo que dije. Lo único que sigue intacta es ella, su mirada y su piel.
Su pelo, !Qué hermoso era su pelo!
Todavía, por las noches, lanzo un beso al aire pensando en que en algún momento de la vida, te puede llegar.
Recuerdo bellos momentos con ella, tirados leyendo un libro o sentados en un roquerío curando una herida.
Recuerdo un día de lluvia, y un mokaccino compartido entre los dos.
Lo recordaba todo, absolutamente todo.
Pero en los últimos meses podía ver como su piel se iba apagando, los colores de la ropa se iban perdiendo y su voz la oía cada vez menos.
Pero el tiempo es irreparablemente frío y sin pensarlo dos veces, ya nos ha dejado atrás.

El paseo se está acabando, y yo todavía no termino de escribir esa novela que alguna vez prometí. Ando con el borrador siempre en mi mano, nunca se sabe cuando me puede asaltar una catarsis y la pluma pida a gritos correr con plena libertad sobre su amado papel.

¿Por qué me sentaba afuera del café?
Porque hace un año atrás creo que te ví salir de acá. Ibas con un abrigo rojo y largo, unos zapatos negros y un vestido simple, pero elegante. Tu figura destacaba, no podía creer que el tiempo te había mantenido igual que desde cuando te conocí en aquel verano.
Caminabas apurada, con el pelo moviéndose livianamente en tu espalda. También te ví con un bolso y llamando a alguien por celular. En tu mano izquierda un anillo que destruyó toda idea de alcanzarte y regalarte lo que llevo escribo, pero ya vez que sigo siendo igual de cobarde.

Era un ermitaño en todo este mundo, era un loco que nunca había encontrado la verdad.
Gasté toda mi vida corriendo tras la verdad, la esencia del hombre, quería descubrir la naturaleza humana, quería indagar en la parte más abstracta de la humanidad.
Desarrollé teorías de los equilibrios, de la muerte, del nirvana y de la vanidad.
Jugaba día tras día, jugaba a ser un filósofo.
Era todo lo que siempre desee, encerrado en mi humilde casa, escribiendo sin parar.
De vez en cuando bebía un poco, no sabía por qué lo hacía, pero me ayudaba a dormir.
Enloquecí, mi cabeza giraba en una catarsis contínua, buscaba desesperadamente una respuesta para mis preguntas, buscaba mi identidad, mi alma, quién era realmente yo.
Un día confirmaba la existencia del destino y al otro día ya encontraba una grieta en mi idea.
!Estaba demente, completamente loco!
Finalmente comprendí que al hombre le jode que la muerte sea solamente la muerte, por eso crea religiones y tontas ilusiones que no hacen más que evadir la realidad.
Así que empecé a vivir cada momento como si fuese el último, como si después de este segundo no hubiese nada más.
Me quedé de pie en medio de la nada y sonreí, pues estaba solo. Después de toda una vida de divagaciones, estaba solo, completamente solo.

Recuerdo el funeral de mi madre y mi padre, esa fue la última vez que ví a mi hermano. Dijo que iba a salir en búsqueda de su futuro, que iba a formar una familia y que tendría una vida normal.
Me deseó suerte y me besó con melancolía, sabía que no nos volveríamos a ver nunca más. Me deseó suerte y se fue rápidamente antes de que lo viera llorar.
Yo le sonreí y me fuí a casa a tomar un café.

De ahí en adelante camino desorientado por las calles, tratando de esquivar las miradas hostiles de los habitantes de la ciudad.
Toda una vida en el puerto, toda una vida junto a sus playas, y ahora ya no me sentía parte de ello, no encontraba comodidad, pero no quiero pensar más en eso, no tengo ganas de llorar.

Mientras me disponía a sacar mi lápiz y a abrir mi cuaderno, ví pasar frente a mis ojos un par de zapatos negros y un traje simple, pero elegante.
No lo podía creer! Iba a morir de felicidad!
Me levanté rápidamente y sin pensar en tu argolla te tomé el hombro.
Te diste vuelta algo molesta y temerosa, pero cuando me miraste a los ojos, te diste cuenta que era yo.
Sonreíste y susurraste mi nombre en tono de pregunta.
Yo quise decirte que sí, pero antes de poder pronunciar algún tipo de palabra, tu bolso estaba en suelo y tu celular caía en silencio.
Estabas igual, igual de perfecta. Con los mismos labios y la misma sonrisa.
No recuerdo si lloré yo primero que tú, o tú primero que yo.
Me abrazaste como lo hacías antes, me abrazaste fuerte y con cariño, como si hubieras esperado ese abrazo hace mucho tiempo.
Yo también te abrazé y respiré profundamente.
Sí, también tenías el mismo olor.
Susurré un te amo, suavemente y por un momento pensé que no lo habías escuchado, a causa de tu silencio, pero cuando me separé un poco de tí para mirarte a los ojos estabas sonriendo. Habías tomado un tren hacia el pasado dentro de tu mente.
Yo me di cuenta que tu pelo había retomado su color y tu voz sonaba más fuerte que nunca dentro de mi museo de sueños que se hicieron realidad.
Te besé y me besaste.
Me tomaste la cara con la misma suavidad que recordaba y reiste de manera natural.
No importaba mi ropa, mi pelo o el mundo. El tiempo de había detenido para ver como todo volvía a comenzar.Ya nada será igual.
Me dijiste que nunca me habías olvidado, yo dije un par de palabras tontas y te regalé mi cuaderno, antes de haberme dado cuenta, el final de mi novela ya estaba escrito.
Sonreí, nos besamos nuevamente y nos despedimos lentamente, como si no quisieramos ver pasar este momento, pero el tiempo es cruel y no perdona.
Yo me volví a sentar en la banca, y tú te fuiste caminando en la misma dirección en la cual venías.
Antes de que desaparecieras en la esquina te grité que nunca te iba olvidar, no sé si lo escuchaste, pero me gusta pensar que sí, me hace sonreir.
Miré mis pies y me di cuenta que estar loco no es tan malo, por lo menos me permite pensar que me acabo de encontrar contigo, cuando en realidad sólo lo soñé.
¿O no?...
Maldito tiempo, maldita edad.

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