
Tomé mi mochila, me puse mi gorra de la suerte y salí de la casa sin decir adiós.
Trataba de hacer las cosas más livianas cuando la vida se quería endurecer, no iba a parar, no había por qué mirar hacia atrás, ni por qué hecharse a llorar.
Me dibujé una sonrisa honesta y me puse a caminar, tenía mil lugares para conocer, un millón de personas de las cuales aprender algo, nada me va a parar.
Mi vida es mía, y yo mismo la moldearé como se me dé la gana.
Estaba amaneciendo y yo caminaba por las calles de la ciudad, miraba los rostros estresados de la gente que pasaba a mis costados, los miraba y no podía evitar reír. Complicándose la vida por cosas que nisiquiera te hacen feliz, disfrutando una segura comodidad, sin vivir la vida que tienen por vivir.
¿Viven ellos la vida, o la vida los vive a ellos?
¿Qué pasará con todos esos sueños que olvidaron al despertar?
¿Qué pasará con esos sueños que la rutina asesinó sin piedad?
Cómo duele verlos malgastar su vida persiguiendo un status social.
Anochecía ya, cuando llegué a la playa, me senté en la arena y me puse a escuchar música sin parar. Eran segundos inolvidables, solo, sin ocupaciones ni preocupaciones, la vida realmente se arrodillaba ante mis pies, y yo estaba allí, sonriéndole a la luna.
Un grupo de chicos y chicas se sentaron unos metros más allá, estaban completamente ebrios, abrazándose sin saber por qué y besándose unos con otros, creyendo que vivían su vida al máximo, pretendiendo que la etapa juvenil se aprovecha entre drogas y alcohol.
Moví la cabeza de lado a lado mientras reía y me fuí de aquel lugar.
Tomé un bus hacia cualquier lugar, iría donde el viento me quisiera llevar.
Respiré sobre el vidrio y retraté una mirada que nunca olvidaré, estaba realmente feliz.
Soñé mil cosas sobre ese bus, daba lo mismo la hora, no llevaba reloj. El futuro era todo mío, y ya lo había planeado a la perfección.
Me bajé del bus en la última estación y pasé a la casa de una vieja amiga, le hablé por unos momentos y susurré mis planes para mañana y pasado mañana. Ella me miró y se sonrojó, se levantó, tomó su mochila y me dió la mano. Salimos de su casa sin mirar hacia atrás.
Gasté gran parte del dinero que traía en un par de pasajes a una isla en medio de la nada, allí salía a pescar cuando amanecía y al caer la noche hacía unas enormes fogatas.
Vivíamos allí, solos nosotros dos, teníamos todo el mundo para nosotros, el planeta entero se silenció cuando nos besamos y nos amamos bajo la luna llena.
Jugábamos en el mar, corríamos por la playa y hacíamos excursiones hacia el interior de la isla.
Tomábamos cosas de la tierra para vivir y le devolvíamos las vibraciones de un par de corazones que están en libertad.
Me sentía humano, pequeño y poderoso, dueño de mi vida, haciendo mis sueños realidad.
Nada me podía parar, nada me iba a detener jamás.
No existían fronteras en el planeta, la raza humana era más importante que una diferencia de color en la piel.
¿Para qué pelear cuando podemos unirnos y progresar?
¿Para qué el dinero cuando la libertad está a la vuelva de la esquina?
Fíjate, ahora se ve todo claro, lejos de las depresiones y presiones de la ciudad.
¿De qué te sirve esa seguridad que te dá ese sofá y esa televisión?
Toma tu gorra de la suerte y sale a vivir tu vida, que nunca sabes cuando se puede terminar.
Porque cuando hayas consumado realmente tu vida, la muerte ya no se verá tan aterradora como a veces la puedes ver.
Consume tu vida, antes que ella te consuma a tí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario