Y va caminando, sobre un manto negro, con luces azules sujetadas a la luna, iluminando todo de azul, muy azul. No hay silencio, tampoco ruido, solamente una vibración que pasa a través de su piel y rebota dentro de su caja toráxica, removiendo sus entrañas, haciéndolo sentir miserable y común, por sobre todo común.
No quiere hablar sobre eso, nunca le ha gustado hablar de eso. Dice que le incomoda, que le hace sentir un tipo más, un recuerdo más, cuando él solamente no quiere ser ser uno más, él solamente no quiere ser. Así de sencillo y así de antinatural, sin más explicaciones que un par de miedos ocultos que nunca pudo superar, a fin de cuentas, nadie supera sus miedos, sólo los enfrenta y puede que gane la batalla, pero la guerra está perdida de antemano.
Y ya no ve otra escapatoria que aquella densa niebla que se forma fuera de esté caótico y erótico galpón, una escalera y un cambio en la temperatura ambiental, tal vez un silencio necesario, una soledad que pide a gritos ser tu compañera, una música que te entrega un equilibrio nunca antes experimentado.
El frío en la niebla es intenso, pero es un precio que está dispuesto a pagar por un encuentro consigo mismo, por un momento jugando a sentirse especial. ¿Cómo puede llegar a ser tan egocéntrico?, se pregunta sin piedad alguna. Y ni el mismo se quiere responder, porque no desea el dolor, no esta noche, no mañana, ya no.
Y el tiempo ha pasado rápido durante los últimos dos minutos, ha crecido, ha madurado, ha vivido y ha olvidado. ¿Por qué todo está tan invisible?
Antes de que su alter ego lo derrote, decide abrazarse a los recuerdos, esos pocos que le van quedando, esos que le dan un calor especial y que traen devuelta a la vida momentos únicos y excepcionales. Momentos tranquilos e inocentes, momentos que él no quisiera olvidar.
Las huellas en la arena nunca duran tanto, tampoco ese soplido que alguna vez dibujó, la marea siempre sube, la luna siempre crece y el tiempo nos va dejando atrás. Realmente hacía frío esa noche.
Y mientras se abraza lo más fuerte que puede a sus recuerdos, porque siente que va a caer, siente tocar suelo, siente concreto bajo sus pies, siente un frío que le cala hasta los huesos.
Al mirar hacia su lado la ve, sonriéndole y abrazándole.
Él intenta sonreír también, y parece que le sale bien, porque ella lo besa en los labios y deja su mirada sostenida en la de él.
La misma niebla, el mismo silencio, un momento para dos.
¿Cómo puedo explicar esa certeza que tiene él en su interior?
Y él sonríe, sonríe y quiere llorar de felicidad, así que aprovechándose de la niebla y de la complicidad de ella, se larga a llorar.
Porque tiene una certeza, o cree tenerla, y no necesita nada más.
Le basta con esta ilusión, este abrazo, esta mirada.
Le basta con este silencio, este amor inexplicable y esta sensación de tranquilidad.
Y se van quedando atrás, siempre atrás, abrazados y tomados de la mano, como si nada importara, como nada más existiera. ¿Realmente existe algo más?
La niebla los va difuminando, los confunde y une sus siluetas, el frío sigue allí, y ellos se siguen quedando atrás.
Han decidido respirar, mirarse, besarse y amar.
¿Te has fijado lo intenso que puede llegar a ser el hecho de quedarse atrás?
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