
A veces te pregunto por tus movimientos, esa extraña manera que tienes de elevarte y flotar junto con todo lo que pesa menos que tú. Hoy no tengo ganas de hablar, siquiera explicar cosas que quedan por resolver. Hoy me gustaría que estuvieses acá.
Algunas veces las lagunas se ven más profundas de lo que son, en otras oportunidades tus ojos reflejan algo más que una simple tristeza. A fin de cuentas, lo profundo es intocable, el carácter sacro-santo de tu corazón, de tu sangre, de tu tempera.
Queda por confesar algún par de cosas, tanto como que en algunas noches me asusta mi propia sombra, tanto como que ya no existen motivos para celebrar, pero irónicamente sigo celebrando de todas formas. Supongo que es parte de la sátira, mi sátira.
Algunas veces tu pelo se desparrama sobre la almohada y dibuja paisajes que nunca conoceré, incluso un poco más cerca está esa grieta que nos separa, esa delgada pero inexorable línea que distingue entre lo que se mueve y lo que no.
Tus pasos dejando huellas en las nubes, mis nubes escondidas bajo las pestañas, las pestañas sucias de tanto correr, el camino recorrido no es más que una línea en la palma de mi mano, mi mano que todavía no aprende a escribir, y los analfabetos que no podrán leer tus cartas sonríen como si nada hacia las nubes. ¿Un baño en la espiral, sumérgete?
La felicidad duele.
Es de esperar que todo esto se caiga de la mesa que nos sostiene, y alguna vez se rompa. Claro está, no somos de cristal, pero tampoco de acero. Una caída libre hacia lo que sea que esté por venir. Yo no lo rezo a ningún dios, solamente me maravillo con tus dedos revoloteando entre mis ropas, desdibujando mi espalda, destruyendo vértebras con cariño.
Hoy me gustaría que estuvieses acá, y pudieses ver como están las cosas ahora.
Hoy me gustaría que estuvieses acá, mañana es otra cosa, eso del mañana es un mito.
Mírame si es que puedes, si no sólo invéntame alguna historia para dormir y cae.
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