Desafinada la mirada, puño oculto en canción, griterío de corazón, un aborto espontáneo y no tenemos nada para hablar, sinfonías sordas.
Aquí el llanto es derecho del que pueda sonreír, tráeme tu corazón, pero que sea inmortal. Entre abandonar y olvidar, al abrazar esa palabra que puedo habitar en la más hermosa soledad con un cielo soleado a la medianoche. Sueños con insomnio, la mitad de lo que se puede escuchar en un beso. Todo lo personal es públicamente amoral, el vino de tercera edad, juvenil la llave que abre tu lengua analfabeta.
Llévame a la borrachera cultural, orgía mental, lo que florece se puede fumar. Melancólicos dioses ateos, grises los atardeceres, la blasfemia que es santa, moral pedófila, genocidio bíblico.
El rayo que viene desde abajo, un idioma corporal, indios vestidos con jeans. Amanecí para acostarme, surge la guerra por la paz con armas sin cargar. Yo vengo del más acá, masticando un incendio y con el cielo en los pies, sin más remedio que preguntar por qué no te puedo responder. Esa luz que no ilumina, el bebé que no puede pagar un útero, la orilla del ser que nunca fue.
Saluda cuando te vayas a dormir, tu cama se sostiene sobre las estrellas que un día habitarás.
Entonamos la educación sentimental, empuñar la costilla como el más digno e importante ideal, en tus ojos llueve de abajo hacia arriba, ser una esfera incompleta, un pilar que nada sostiene.
No soy, me borré, ya no existo. Ironía en las cuerdas, el ocaso de los difuntos que no dejan de morir, el cadáver excitado, la prostituta pudorosa, el himno de los mudos, el libro nunca escrito.
Cantemos.
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