
Aniquiladas hojas de árboles contingentes caían en llamas sobre la cama abandonada al amanecer, apagados los ojos, silenciada la boca, cubiertos los oídos, desgarrada la piel. Cuerpo a un lado, al otro, nada para comer.
Uniones transversales en la oscuridad, servir los miedos sobre la mesa, cocinar para tres.
Si tan sólo tuviera una chispa de agonía en la mirada, en lugar de descansar sobre tus temores, todo sería distinto, sería más lejano, sería de a dos. Tú sabes caer de pie, pero no puedes saltar, necesitas desesperadamente que alguien te empuje con todas sus fuerzas, quieres ver el cielo brillar.
Así fue el mañana, será ayer y siendo no está hoy. Abortos momentáneos por eternos segundos, una idea que queda inconclusa, una discusión que quedó sin terminar. ¿Bailemos?, de todas formas temblamos por lo mismo.
Poemas que ya estás olvidando, dolores que ya no duelen tanto como la próxima semana. Anochece sobre nuestra almohada. Incluso los dioses sangran, incluso el sol siente frío, incluso yo te puedo mirar al darte la espalda.
No queda mucho por decir, si no que más bien ambos tenemos una deuda con eso que alguna vez llamaron vida, con nosotros mismos.
Quizás si me disparas, y yo te apuñalo, podamos sangrar sobre el mismo miedo; y allí, solamente allí, podremos encontrar un poco de intimidad. Podremos encontrarnos, podremos brillar, podremos sufrir y llorar.
No queda mucho por decir, dispara ya de una buena vez, que mi navaja está tibia.
Analogamos entre el bien y el mal, entre la risa y el llanto. Un poco más lejano, un poco más adentro, un poco más humano, está el amor.
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