
De una palabra oculta sale la hostil de idea de querer detener un ciclo que hace años atrás comenzó. Los colores de la noche, solidario el cielo que se cae al amanecer.
Pero cuando bailas se deforma el cerebro, los pies duelen y la tierra bajo tu cuerpo no deja de llorar. A veces tengo el presentimiento que danzas para no lamentar, para no extrañar, para poder empezar algo que difumina su final.
Para que las manos den calor, para que el sexo derrote la lluvia de invierno, para que tu boca haga las hojas caer. Y no sé si este viaje me servirá de algo, pero hay una ruta que da la vuelta al sol y descansa en mi mano, en esta palma existiré.
Desistiré, también, de toda esperanza mal hablada, pronunciada por mero miedo a no querer sangrar. Cuestiono incluso lo que está bien.
Pero no me preguntes donde me puedes encontrar, porque no sé si podré volver. Desde la orilla cantaré, casi a gritos para soñar que los peces bajo el agua me oirán, que los árboles aplaudirán sus raíces en el centro de mi corazón, y podré nadar más arriba de las nubes.
Y las estrellas se seguirán apagando, los nombres volveré a olvidar y sonreiré casi por inercia para sospechar que algo de vida me puede quedar. Este viaje soy yo.
Curvada la espalda por montañas de recuerdos, entristecidos los ojos para ver más allá del humo del cigarro, rota la rodilla de tanto golpear el pecho buscando un hogar.
Una ropa para cada día, un color para cada olor, una beso para la flor, una cuerda para el que no sepa hablar. Siembro letras porque no comprendo el ciclo vital, siembro letras porque añoro lo inmortal, siembro letras porque se que te irás.
Sonreír para sobrevivir, como si en mis dientes estuviese la respuesta para apagar el sol.
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