Tu vida y un silbido, yo que ando perdido y tú que no me quieres encontrar. Casi como sumar las estrellas y los granos de arena, casi como capturar tu suspiro, como verte descansar. Cáliz oxidado, madera podrida, carne de mentira, una santidad mal cuidada.
Me apoderé de dos caricias perdonadas, tres cucharas de sal para el corazón y un poco de miel para los labios. Caíste y despertaste, amaneciste con la llena de lágrimas y un vacío interior.
Me niego a vivir, a tener que respirar por mera necesidad.
Me niego a morir, a esperar una luz detrás de la nube. El sol no es más que una chispa de calor, un punto amarillo que no siempre te acompaña, un mal amante.
Acobardado, desterrado y silencioso. Perros callejeros muerden mis tobillos, buscan comida en donde no la hay, intentan llegar al pecho, quieren beber mi sangre, saborear mis miedos, quieren devorar mi interior. Y entonces me abandoné, dejó de brillar el oro, se ensució el mar.
Todo el verbo se conjugó a singular, ¿cómo fue que llegamos hasta acá?
A veces pienso que todavía no te he visto partir. Siento que me entierro más adentro la espalda en la yugular.
Sabrás que acá nada nuevo encontrarás, nada sano, nada que te pueda ayudar.
Sabrás que ni tus sentimientos están seguros del olvido, a un muerto no lo puedes volver a matar.
Animal, cuerpo y deseo. Todos mis impulsos te apuntan, errores calculados, una guitarra sin cuerdas, una palabra sin sociedad.
La santísima trinidad, calla, observa y avanza. Boca, ojos y piernas. Un beso, una mirada y una noche de pasión.
Y entonces, al tercer día, todo se apagó. Las palomas cayeron ahogadas al suelo, las lenguas ya no eran de fuego, las vírgenes menstruaron, el hijo no es más que un prostituto de su dictador e incestuoso papá.
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