miércoles, 12 de septiembre de 2007

Desde Alfa hasta Diciembre...

III

-Podría ayudarme con alguna moneda porfavor?
Miré aquien me hablaba, tirado en el suelo con actitud cansada, las ropas rotas y unos ojos llenos de desgracias y dolor.
-No tengo nada.- Logré articular con cierta dificultad.
-Está bien amigo.- Me percaté de que me miraba con cierto temor, y era obvio pues mis ropas estaban manchadas en sangre, ahora toda la gente que pasaba por la calle me miraba con curiosidad y repulsión.
No me podía mover, clavé mi mirada en los ojos del mendigo y sentí todo el dolor que el cargaba a lo largo de su vida, la pobreza que había tenido que soportar y en el estado que se encontraba ahora. Pensé en toda esa gente pobre, en la manera que viven. ¡Cómo quisiera que ellos tuvieran más comodidades, más oportunidades! Poco a poco le iba perdiendo el gusto a la vida, pues había pasado junto a mi un hombre hablando por celular, con su traje negro y un maletín en la mano, sin darse cuenta, pues iba demasiado ocupado en sus cuentas, acciones en la bolsa y dinero como para evitar chocar con alguien, por culpa de su egocentrismo y mi debilidad caí al suelo.
Ya no podía más. Me sentía débil, frágil, indefenso; una palabra saltó en mi memoria. Amor, sí el amor, aquel sentimiento que te eleva por el cielo y luego te lleva al infierno. Ese amor de cuento, de telenovela, lleno de afecto corporal y de palabras lindas, pero también el amor era traicionero y te hacía llorar, de hecho el amor era puro hasta que el lado animal de la gente salía a la luz, ese placer bestial que debes saciar a toda costa, los últimos vestigios de nuestro pasado irracional.
El amor, mi familia y todo el cariño que me entregan día a día, sus consejos y sus experiencias. Si supiensen cuánto los necesito. Necesito un abrazo algo que me de fuerza y me ayude a levantarme.
El calor de una manta me trajo de vuelta a mi cuerpo y me bajó de mis reflexiones, estaba junto al mendigo, me sonreía afectuosamente. Su cara tenía un brillo especial dado por el tono rojizo de la fogata que había prendido en la calle.
-Cayó desmayado jovencito, usted está muy débil. ¿Tiene alguna herida?
-No, estoy per-perfecto, no me ocurre nada..-Dudé al decirlo, pero tenía experiencia en esto de las mentiras, asi que no me resultó tan difícil mentirle. Pasé el resto de la tarde junto a él conversando y oyendo sus historias de supervivencia en la calle, historias demaciado crudas y extremas, pero no podía oirlas por siempre, puesto que por la noche quería ir a la playa, no sabía porqué quería ir, pero algo me decía que debía llegar a ése lugar.

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