Valparaíso, 28 de septiembre del 2007.
Estimado Sr. Manuel Vergara:
Le saludo con la mejor de las intenciones, esperando que se encuentre en perfecto estado.
Luego de un tiempo sin habernos hablado, ni siquiera mirado; Deseo hacerle llegar esta carta para que sepa algunos de mis pensamientos y reflexiones en los últimos meses.
Debo admitir que me fue sorpresiva su despedida, tan rápida y sin previo aviso. De hecho, creo que fui uno de sus conocidos que menos sintió el golpe de su ausencia o menos lo demostró. La vida da vueltas raras y jodidas, ambos lo sabemos. Especialmente usted.
Aquel sábado por la mañana me impactó la noticia que llevaba a mis oídos mientras realizaba un "Taller de Robótica" en una universidad de Viña del mar. Mi madre me llamaba en hora que no era usual y sin siquiera preguntar por mí, pronunció una palabras algo cortadas; Corté la llamada y fijé mi mirada en un punto que dibujé mentalmente en una muralla, allí me perdí no se por cuantos minutos.
Lo siento como un amigo cercano, que apareció en mi vida junto a muchas otras personas que se han convertido importantes en mi vida, que poco a poco se fueron ganando un espacio en mi podrido corazón, fue así como en cada ocasión en que no encontrábamos cruzábamos un par de palabras, un saludo y alguna pregunta estúpida para hacer menos frío el momento, pero fue una noche y sentados en una mesa cuando comenzamos una verdadera conversación. Debo comunicarle que sus pensamientos me eran familiares, pues yo pensaba de manera similar, de hecho nuestras personalidades son parecidas, juguetonas y bromistas, alegres y simples.
Recuerdo su risa como una canción pegajosa que suena a cada momento en las radios, recuerdo aquellos partidos de fútbol que compartimos en donde me apartaban por ser más joven, pero finalmente terminaba siendo un adulto más.
Pero un sábado y sin más se me fue de la vida, lo último que oí de usted fue que terminó cerro abajo junto con su automóvil. Le confieso que no lloré, era la primera pérdida que tenía en mi vida a una edad en la cuál asumo la importancia de la situación; La vida me daba vueltas y vueltas, no quería aceptar la verdad. Mi familia estaba triste, mis padres, que eran apegados a usted, sufrían como nunca lo había visto. Pensaba y pensaba, en su esposa y sus hijos. Sus pequeños hijos que deberían crecer sin su padre ahora. Uno de 8 y otro de unos 11 años.
El velorio fue raro, yo tenía una actividad con mi curso, en donde la música y el ambiente era de alegría, mientras que a unos cuántos pasos se encontraba usted dentro de un cajón y rodeado de personas que lloraban sin parar.
Caminé lentamente hacia su ubicación aquella noche, al entrar al cuarto en donde se encontraba pude notar el denso ambiente que allí había. Lágrimas y más lágrimas, todas las personas que alguna vez vi felices ahora estaban destrozadas, hundidas en el más profundo dolor. No quise pensar, solamente me dirigí hacia su esposa y sus hijos y dije unas palabras de las cuales todavía me arrepiento de haberlas dicho "Tranquila tía, todo estará bien", mierda era la frase más cursi y vacía que se podía decir, creo que mi presencia fue más reponedora que mis palabras.
Salí del lugar y continué con mis deberes, pero aquella noche ya nada fue igual.
Luego vino la eucaristía, que momentos más olvidables. Palabras emotivas, discursos a medio terminar, asesinados cruelmente por unas lágrimas que salían sin preguntar. No lloré, mi familia sí lo hizo. Pensé miles de cosas durante la eucaristía, no estaba atento a nada, vivía en mi mundo, en nuestras conversaciones, me creaba una idea de que esto no era verdad.
Finalmente sacaron su cajón, ahí no soporté más. Salí corriendo de la iglesia, me dirigí a unos baños que estaban a un costado y le di una patada, llena de frustración y pena, a una muralla; Sin más me heché a llorar, preguntándome el por qué de todo esto. Luego de unos minutos de desahogo me reincorporé para volver, y llegué justo en el momento en que unos hombres guardaban su cajón en la parte posterior de un gran auto negro. Lo miré con melancolía y dolor, me encontraba solo y a un costado de toda la escena. El camino hacia el cementerio fue silencioso, no había por que hablar, era inútil. El entierro fue aún peor, corría un viento endemoniado y el llanto desconsolado de su hijo rompía el corazón de quién lo escuchase. Su esposa preguntaba en voz alta "¿Porqué te fuiste?, no me dejes sola por favor", yo no entendía nada, no quería entender nada. Luego de su entierro, me aparté un poco del grupo y guardé mis manos en mis bolsillos, mire hacia el mar y susurré "Hasta siempre, mi amigo", volví con los demás sin ánimo alguno, ni siquiera me despedí de nadie, aquel fin de semana ha sido el peor de toda mi vida.
En fin, sólo quería que supiese, desde mis experiencias vividas aquel fin de semana, la manera en la que lo recuerdo, alegre, solidario y siempre con una sonrisa para el amigo.
Gracias por todo, muchas gracias.
Le deseo lo mejor en donde se encuentre.
Cariñosamente
Pablo Ignacio Calbiague Muñoz.
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