martes, 2 de diciembre de 2008

Meses...


Me levanté esa mañana, con un extraño dolor en el abdomen. Caminé lentamente hacia el baño y me miré la cara en el espejo, reí un poco y me burlé de mis nuevos cabellos blancos, me encantaba observar la manera en que el tiempo me va descascarando.
Volví a mi habitación, me vestí lentamente, como si ya no me quedaran fuerzas para hacerlo, era un día más. Luego tomé un libro sucio del estante que está junto a la cama.
Caminé en busca de algo para comer, cojí una manzana de la cocina y cuando me encaminaba hacia la puerta de mi casa, el teléfono sonó, rompiendo con toda esta monótona tranquilidad.
Miré el teléfono y sentí un repentino odio hacia él, iba atrasado a la hora que tenía en el hospital, hacía meses ya que me dolía demasiado el estómago y de vez en cuando vomitaba sangre.
No dejaba de sonar, por más que lo amenazaba con la mirada, seguía y seguía sonando. 
Me decidí a contestar, contra mi voluntad, pero simplemente decidí que tenía que hacerlo.

-¿Aló?... ¿hermano? ¿eres tú?

-Sí, y ahora por tu culpa llegaré tarde al hospital, ¿cuánto dinero necesitas?

-A la última persona que pediría dinero eres tú, con suerte tienes para vivir. 

-Cierto, en parte lamento no ser lo que quieres que sea. Tu voz suena más suave, menos animosa, algo deprimida. ¿Qué ha sucedido?

-...

-Sólo dilo, en el fondo no has cambiado nada, te sigues preocupando por los sentimientos de la gente. Escúpelo de una buena vez.

-Mamá...Mamá murió hace media hora.

-¿Sí?...Lamentable.

-Ahora la llevan al servicio médico, y de ahí la velaremos en una capilla cercana a mi casa, puedes pasar la noche con nosotros si quieres, así nos acompañas y podemos volvernos a unir como hermanos.

-No, no vale la pena interrumpir tu linda vida familiar.

-Ah!..Se me olvidaba decirte que no tienes nada de qué preocuparte, yo corro con todos los gastos, tú sólo encárgate de estar bien.

-Claro, como quieras...De todas formas, gracias por avisar.

-De nada, hermano. ¿Seguro que estás bien?

-Seguro.

-Adiós, ¿nos vemos en mi casa más tarde?

-Supongo.

-Adiós, cuidate.

-Adiós.

Dejé caer el teléfono y le dí un mordisco a la manzana, ví el reloj que está junto al teléfono y detuve la mirada durante un par de segundos sobre la foto que estaba junto a ellos. Un viejo amor de la adolescencia me sonreía como si el tiempo no hubiese pasado.
El tiempo no me daba un segundo para llorar, tampoco quería hacerlo, pero debía llegar al hospital a la hora. 
Salí apurado de casa y tomé un bus en la esquina. Dentro de él no pensé mucho, me molestaba el hecho de andar con el resto de manzana en la mano, y no había basurero a mano. Llegué a la conclusión de que implementar basureros en los buses es una gran idea.
La gente que iba sentada en el bus, al momento que lo tomé, me miró con desconfianza mientras pagaba el pasaje, me daba igual, era parte de la rutina.

El reloj marcó el medio día y una enfermera gritaba mi nombre. Me levanté y caminé sin ánimos hasta la oficina del doctor. Él era un tipo normal, con cara de intelectual y bastante empático con sus pacientes, con una sonrisa amable y su capa completamente blanca, no había una sola mancha en esa capa, por lo que podía deducir que el tipo era de esos que son perfeccionistas y les gusta todo en óptimo estado. 

-Tome asiento, por favor.

-Listo, ya estoy sentado. Ahora dígame que tengo y qué compro, pero no me entrege datos específicos y médicos, quiero lo general, tengo que llegar todavía al funeral de mi madre.

-Oh! Lo siento. Tal vez no deba darle el diagnóstico en ese caso, mejor lo dejamos para otro día.

-No, estoy acá y quiero saber que tengo. Ahórrese el palmoteo en la espalda y dígame de una buena vez que es esta mierda que me está jodiendo día y noche.

-Está bien, según los exámenes que se hizo la semana pasada, puedo decirle que usted tiene cáncer al estómago y tiene una espectativa de vida de dos meses a lo más. Pero puede someterse a un tratamiento con...

-Le pedí que no me diera detalles técnicos, ni nada de esa mierda. Muchas gracias, doctor. Un placer.

Y sin más me levanté y me fuí. Salí caminando del hospital lentamente, todo me daba igual.

Camino a la casa de mi hermano, pasé a comprar un café, de esos que me recuerdan buenos tiempos, de esos que tanto bebía durante mi juventud. Creo que ese café era lo único que me podía ayudar en ese momento, no existía nada en el mundo que me ayudara más que ese café.
Ahora que lo pienso, debí agradecerle al café su ayuda. Soy un malagradecido.

La iglesia era pequeña, fría y llena de cuadros o estatuas en las murallas y esquinas. El lugar me pareció asqueroso, y el ambiente también. Tanta gente llorando sobre una caja de madera y yo con los ojos tan secos, me sentía incómodo en aquel lugar. 
Pocas personas me saludaron, era casi imposible que me reconocieran después de tanto tiempo sin vernos, de no ser por las llamadas que recibía para navidad y año nuevo, estaríamos completamente desconectados.
Yo los miré algo desorientado y sin detener mi paso, caminé hacia el ataúd que estaba frente al altar. Me quedé de pie junto él y miré a mi madre. Estaba totalmente distinta, el cabello blanco, la cara hinchada y pálida, los labios algo azules y con más arrugas de lo que recordaba.
Sentí que ese cuerpo no era el de mi madre, o por lo menos el del recuerdo de ella.
Suspiré y me retiré en silencio de la iglesia, no soportaba más ese lugar.
Afuera mi hermano me abrazó y se hechó a llorar en mi hombro, yo me demoré un poco en reaccionar, venía metido en mis divagaciones, venía pensando en el tiempo que me quedaba de vida.
Mientras mi hermano me sollozaba unos "Te quiero", su mujer le acariciaba la espalda y su hijo se aferraba a su pantalón mientras intentaba contener las lágrimas.
Sonreí levemente al ver al pequeño, me veía reflejado en él, era un espejo en miniatura.
Miré a mi hermano a los ojos, y cuando lo ví completamente destruído y cansado, me dí cuenta que no tenía nada más que decirle, no valía la pena comentarle de mi enfermedad, de hecho, no tenía por qué saber que yo moriría, simplemente me iría de su vida silenciosamente, denuevo.

Caminé por las calles de la ciudad, dando la mayor cantidad de vueltas posibles antes de llegar a mi casa. Cuando ví que anochecía y que las luces se encendían, tomé la decisión de ir a buscar a una prostituta. Recorrí las calles que tenían fama de "amorosas" y hablé con la primera mujer que me inspiró un poco de confianza, simplemente le dije "Acompáñame, necesito tus servicios", y ella me siguió unos pasos más atrás.
Cuando entramos a mi casa, me habló de que tenía que darle el dinero por adelantado y que tenía que usar condón y que no podía besarla en la boca y que si me ponía violento llamaría a la policía.
Le entregé el dinero y le dije que ella eligiera el condón, la tomé por la cintura y la arrojé sobre la cama, me desvestí y me tiré sobre ella. 
Le besé el cuerpo, lo recorrí completamente con mi boca, degusté su piel como si fuese la última comida de mi vida.
Ella me puso en condón con suavidad, casi con ternura y asintió con la cabeza, diciéndome que estaba lista para ser penetrada.
No quería ser suave, tampoco una bestia desatada, solamente quería ser yo.
La miré a los ojos, era tan jóven, su cuerpo tán frágil y al mismo tiempo tan caminado.
Ella me miraba a los ojos y sonreía de vez en cuando, luego cerraba los ojos y suspiraba un par de veces.
Yo no quería besarla en la boca, pero ella acercó su cara a la mía y me besó apasionadamente.
Al sentir el contacto entre nuestros labios, toda la escena cambió. Ahora ya no tenía a aquella joven bajo mi pecho, tenía a aquella mujer de la fotografía junto al teléfono y el reloj.
Sonreí un poco más y la volví a besar.
Era ella, con sus ojos, su pelo, su aroma y sus labios.
La toqué por todos lados, y le hice el amor con un poco más de sentimientos.
Salieron a flote todos esos recuerdos que estaban guardados, y sentí unas enormes ganas de llorar, pero me contuve y seguí haciéndole el amor apasionadamente, como si se me fuera la vida en ello.
Sabía, en el fondo de mi corazón, que ella no era verdad, era sólo un juego de mi cabeza, era mi única excusa para poder llorar.
Como sentí que acabaría pronto, le abrazé fuerte y me dejé llevar por el orgasmo.
Cerré los ojos y susurré suavemente, "No sabes cuánto te amo".
Al abrirlos volví a encontrar frente a mí a esa joven rubia de cuerpo frágil, con sus ojos azules, casi transparentes y su cara algo sudada.
Yo lloraba, y ella también.
No sabía por qué lloraba ella, tampoco me importaba, yo sólo quería estar solo.
Me separé de ella y me vestí, le pedí que se fuera rápidamente, y ella me miró algo desconsolada mientras se sentaba en la cama y se secaba las lágrimas.
Asintió con la cabeza y se fue silenciosamente, luego de vestirse de forma rápida.
Yo fui al baño y me miré en el espejo, me reí de mi cabello y me di cuenta que me había quedado sin dinero para comer.
"Supongo que fue para mejor", pensé como consuelo.
Me lavé la cara y vomité sangre en el lavamanos.
De un momento a otro el suelo se comenzó a mover y el dolor en mi abdomen se agudizó, veía con desesperación cómo todo se blanqueaba poco a poco. Salí del baño, afirmándome de la muralla, cogí la fotografía que estaba junto al reloj y la puse sobre el libro que había sacado en la mañana. En la tapa todavía se podía leer "Memorias de unas Zapatillas". Caminé como pude hasta la cocina y antes de que pudiera cojer una manzana, había caído al suelo vomitando sangre sin poder detenerlo.
Me quedé allí tirado, temblando no sé por qué y con la cama desordenada.
Cuando sentí que daba mi último respiro, se abrió agresivamente la puerta de mi casa. Levanté la mirada y pude distinguir la figura del doctor, tenía algo oscuro en la mano y temblaba. Su cuerpo desprendía un fuerte olor a alcohol y su capa ya no estaba tan blanca.

-Es por su bien.

Luego de decirme esa frase, casi con amor, descargó 4 disparos en mi cuerpo, el dolor se detuvo y la vida se oscureció.
Ahora que lo pienso bien. 
Nunca creí que dos meses pudieran transcurrir de manera tan rápida.




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