lunes, 22 de diciembre de 2008

Zero..


Se detiene y piensa un poco, nada un poco más hacia su interior y busca algo que nunca va a encontrar. ¿Qué sucedió?, parece que el dolor aumentó.
Sus ojos se encendieron en llamas y sus huesos se pulverizaron, nadie lo ayudará, tampoco quiere que lo ayuden, o eso se repite cuando siente que la duda le asaltará la verdad.
Pero ahora está cansado y no quiere escapar, tal parece que se siente un poco más triste de lo normal, pero no lo dice, prefiere sonreír sin más y seguir caminando por el parque.


La noche no le permite ver más allá, pero tampoco lo limita. De no ser porque está un poco triste juraría que puede volar, pero las estrellas se quieren apagar y él se está ahogando en el mar de su alma.
Las luces que adornan los árboles no le alegran en lo más mínimo, de hecho le inspiran cierto aire de melancolía, de desprecio y de asco. ¿Desde cuándo todo cambió?, desde el momento en el que él se decidió a crecer, pero ahora su corazón está más tranquilo, él tiene esa respuesta que siempre buscó casi con desesperación.
Y no pide nada, nisiquiera un abrazo o una palabra que lleve un poco de amor, no busca nada a su alrededor, pues tiene la respuesta a esa pregunta que siempre le quitó el sueño.


El clima está frío esta noche, pero a él no le preocupa enfermarse, pocas cosas le importan ya.
Alguien le dijo alguna vez que él sería lo que decidiera ser, y ahora, mientras recuerda esa frase, quiere llorar, pero sabe que no lo hará. Quiere dejar de pensar, quiere detener el tiempo, quiere que desaparezca todo tipo de vida, quiere un segundo de silencio, quiere que termine este maldito dolor, pero sabe que nada cambiará, porque todo lo que él es ahora, es eso que siempre quiso ser.
¿Para qué llorar?, ya no vale la pena, es demasiado tarde, ahora no queda más que recorrer el parque antes de que amanesca, y la gente lo sorprenda con la mirada triste.
Ya no encontró ninguna excusa para sentirse mejor, ya no encontró esa mentira que le servía de escondite al dolor, se aburrió de respirar, se cansó de rezar y rezar.


Se sienta en una banca junto a un farol, levanta la mirada al cielo y enfrenta la verdad. Siente que el dolor disminuye un poco, mientras él busca un cuchillo en su bolsillo, lo saca en silencio y sin pensarlo dos veces se corta la yugular.
La sangre fluye libre, casi naturalmente, faltan un par de horas para amanecer.
Sabe que no tiene nada, que nunca tuvo nada y que nada tendrá, nada más allá de lo que puede recordar o de lo que cree por verdad.
Su piel se tiñe de rojo y sus ojos toman un color natural, su mente se libera, rompe violentamente la barrera que la separa del silencio.
Sus recuerdos van cayendo intensamente hacia la llama que mantenía encendida su razón, su silueta está agonizando en soledad, dolorosamente, ambiguamente.
Marejadas de sentimientos golpean las paredes de la habitación que contiene esa caja de momentos inolvidables, esos días que volvería a vivir por el resto de la eternidad. Pero nada sucede, se mantiene puros, libre de toda pasión humana, libres de toda cosa que los pueda distorcionar.

Su alma viaja a cero, sus brazos cuelgan inertes sobre la banca en donde conoció la felicidad.
Ésto es lo que siempre quiso ser, en lo que siempre se quiso convertir, en él mismo, en su más simple y efímera expresión, solamente él quería ser él. Anularse por completo, destruir la línea del tiempo, borrar con un último suspiro toda la historia de la humanidad, es solamente eso y nada más.


Un orgasmo existencial, una herida que no sangra más, un rojo que no se borrará y un amanecer que está pronto a llegar.



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