viernes, 20 de junio de 2008

Alcohol...


Y es una de esas noches en las cuáles no das más, caminas tranquila hacia un bar cercano de mala muerte.
Tu ropa deja ver algo más que una invitación a tomarse un trago, y por más que te tratas de arrancar ese dolor, se te impregna más y más. Comenzarás a patear todo a tu alrededor y te irás a la cama con un hombre que lo único que quiere en la vida es penetrar.
Y te vas apretando a esa copa de vino infernal, la vas bajando de un suspiro algo sensual.
Y toda la información va llegando tarde a tu mente distorcionada, las neuronas ya no hacen sinapsis y te encanta es droga líquida que tanto te hace vibrar.
Lo único que quieres es que el humo del cigarro se haga tan espeso, que puedas camuflarte fácilmente entre las mentiras que dan vueltas en el ambiente.
El cantinero no es más que un demonio poseído por Dios y te ofrece gratuitamente su cáliz de salvación. Entonces te haces creyente y haces una oración que sólo tu madre entenderá, bebes con cierto desprecio su sangre santa, y ahora el cantinero se esfumó para no volver nunca más.

Y no hay copa que tape tu desgracia, no hay vestido que cubra tus pecados. Eres miel para abejas deseosas de un orgasmo temporal, eres la ira personificada en un cuerpo endemoniado y peligroso. Sabes lo que tienes, lo que eres y adonde irás, pero no te gusta aceptarlo, prefieres ahogarlo en un vaso de ron.
Quieres que te den sólo lo que quieres, ni una gota más.
La mesa de pool se ha enfriado y los hombres han regresado a sus cuevas, cavizbajos y moribundos. Uno a uno cayeron en tus juegos, en tus trampas de erotismo desenfrenado. Eras su oportunidad de hacer su fantasía realidad. Ni ellos, ni tú estaban cuerdos. De hecho, ¿Quién lo está?

La música comienza a sonar y le bailas a la luna, excitándote con ella; ni el mismo infierno tiene esperanzas de que vayas a cambiar.
Te gusta el aroma a testosterona mezclado con alcohol, te gusta una mente enferma y lenta, te gusta un cuerpo débil e incapaz de reaccionar. Te da lo mismo el tamaño de la masculinidad, te da lo mismo si es mujer o varón, todo lo que se mueve debe ser probado por tu fino paladar.
Eres una fiera desatada con una sed insoportable, buscarás más y más licor de muerte. Más y más placer carnal, más alcohol, más y más.
Te dormirás en las estrellas con algun niño inocente que quiso perder la virginidad, nadie te juzga, tu condición no te lo permite, al otro día nada recordarás.

Tus pechos se salen de la camiseta que llevas puesta exhibiendo un motivo generoso para besarte el cuerpo sin parar. Y tu minifalda deja ver, cada cierto movimiento, la entrada a un palacio infernal.

Un par de grados y llegas al éxtasis ideal, tu sangre ya no se filtra, tu cuerpo te pide que pares un segundo para que pueda respirar, pero tú lo llenas de una sustancia acuosa que te permite soñar con plena libertad.

La imagen se borra de tus ojos y todo es oscuridad. Le bailas a la soledad, tratas de seducirla, tratas de dormir con ella y ver si es tan buena como oíste una vez hablar a tu padre mientras le pegaba a tu madre con un par de infidelidades.

El amor se ha desfigurado y se ha unido con la pasión y el desenfreno. Tu vida va a 150 kilómetros por hora y lo único que quieres es chocar.
Siempre has tenido ese extraño deseo de morir, de que todo termine y que encuentres la paz.
Quieres que tu "Ello" se duerma, que tu "Yo" se vaya de vacaciones al más allá y que tu "Superyo" se suicide con una ruleta rusa en el parque central de tu podrida mentalidad.
Buscas ese nirvana en una copa de cristal.
Escapas de lo que más te gusta y sin darte cuenta dentro de él, ya estás.

Cuando ya no te quedan fuerzas, logras gritar hacia la barra de aquel vil bar:

-Cantinero, ¡que corra otra copa más! Lo único que quiero en esta noche, es que mis penas mueran en este tormentoso bar...


Salud!

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