martes, 10 de junio de 2008

Motivos...


Unos pasos lentos, la respiración que se puede ver, el frío invierno y unas cuantas gotas de miel.
Mi mente deformada, mi deseo amplificado por diez. Mis ojos recorren de reojo tu casa por la fachada principal. Salto la pequeña reja de tu jardín y me ubico frente a la puerta. Veo una luz prendida en el segundo piso. Traté de sentir un poco menos de frío, pero mi traje negro y mi camisa blanca estaban ya pegados a mi cuerpo.
Saqué la llave de mi bolsillo y abrí la puerta en silencio. El interior estaba normal, nada de desorden ni demasiado orden. Tal y como está siempre.

En ese momento recordé nuestra última conversación.
Fue extraña, llena de frialdad y muchas promesas de amor. Tú y tu juego en el amor, tus promesas de placer y de fidelidad. Una vida dibujada y unos hijos como muestra de la unión. Una familia normal, todos felices. Me hablaste de un perro y del colegio para nuestros hijos.
En medio de tus palabras, pude distingir que ibas entrando a un edificio, pues una voz parecida a la del concerje del lugar en donde trabajo, te saludó muy afectousamente y te preguntó si venías de sorpresa.
Supongo que le hiciste un gesto de afirmación con tu cabeza y le dijiste que guardara silencio, poniendo tu dedo indice sobre tus sensuales labios.
Rápidamente entraste al ascensor, pues no paso mucho tiempo y yo ya distinguía esa cancioncita que tanto odio.
Saliste de aquel parelelepípedo de metal, pues un pitito indicó la llegada al piso que habías señalado al ingresar.
Mucho ruido, una oficina. Por la hora, estaba pronta a ser abandonada de sus funcionarios, osea que acababa la jornada laboral diaria.
Yo subiéndome al auto y tú unos metros arriba mío, separados por murallones interminables de concreto, una afectuosa despedida, pero justo antes de cortar oí que saludabas a alguien más.

El corazón se reventó y la imágen del amor murió crucificada por tu traición. Todas tus palabras de amor y una vida por delante eran falsas. Falso tu amor, perra!

Llegué a casa esa tarde y me torturé en mi subconciente, imaginando mil razones para tu infidelidad, el por qué de tus mentiras y las distintas maneras que tenía para reaccionar.
Debías haber pensado en mi reacción antes de jugar conmigo, sabes que no soy normal.

Decidí caminar hasta tu casa, quizá podría cambiar de opinión en el trayecto... Finalmente no lo hice y ahora estaba a unos pasos de tu pieza.
Había subido silenciosamente las escaleras y ahora podía oír la televisión prendida del otro lado de la puerta.
La abrí lentamente.
Te miré tirada en la cama, dormida. A un lado de la cama un regalo sin abrir, era obvio, me estabas engañando y el imbécil te había conquistado con regalos.
Bah! Si serás barata!

Saqué la jeringa que tenía en mi bolsillo, le quité el émbolo. La ubiqué justo en la vena, que se mostraba amenazante y atractiva en tu muñeca, luego la clavé rápidamente, y antes que comenzara a sangrar, inserté el émbolo y te introduje todo ese aire con olor a tus perfumes que bañaba tu habitación.

Todo mi odio y desilución se estaban metiendo a tu cuerpo a través de esa jeringa y te mataban lentamente, silenciosamente.
Lo estaba disfrutando.

Te besé y miré tu cara por última vez. Salí tranquilamente y cerré la puerta de la casa con cuidado.
Camino de vuelta a mi casa, la lluvia no paraba de atacarme.
De pronto un auto llamativo y moderno se detuvo junto a mí, miré hacia el interior y la ventanilla comenzó a bajarse lentamente.
Adentro estaba el dueño de la compañía, osea mi Jefe, me miró y me sonrió; me habló con cierta dicha interior, como si lo que fuese a decir estaba prohibido, pero hacerlo le haría feliz:

-Mañana no vayas a trabajar, tu novia habló conmigo. Te tiene planeadas unas mini vacaciones. Espero te guste el traje de baño que te compró para usarlo en la playa. Disfrute amigo, disfrute!.

El auto arrancó rápidamente dejando una estela de cuestionamientos y provocando que mi mente se atrofiara aún más. (Cosa que es complicada, pues ya está bastante enferma)

Allí me quedé yo, de pie bajo la lluvia.
Pero sin una pizca de remordimiento.
Sólo necesitaba una excusa, un motivo.
Quizá, sólo necesitaba inventármelo..

1 comentario:

Reivek dijo...

Sin duda Abraxas es la ley