miércoles, 6 de agosto de 2008

Dolor...


-"Señora, tome asiento por favor. Debo comunicarle que lamentablemente su hijo tiene artritis juvenil en la pierna derecha..."

La mujer miraba, apunto de llorar, a su hijo postrado en una cama en el primer piso de un frío hospital. El niño dormía tranquilamente, el padre estaba comprando un café y ella ya no sabía que pensar.
El niño abrió lentamente los ojos y le sonrió a su madre, tan sólo tiene 9 años y lo que más le gusta es nadar en el mar, es simplemente un niño que cree en la felicidad y piensa que más allá de su familia no existe nada más.

-Mamá, no quiero ir a natación hoy...No tengo ganas, además me duele un poco la pierna. ¿Donde está mi papá?

-En la cafetería, hijo. Ya viene, siga durmiendo, descanse.

-Está bien, mamá. Es extraño que esté cansado a pesar que ni siquiera me he movido de esta cama. Mamá, me tiene aburrido este lugar, creo que pronto seré un angelito, quiero ir a un nuevo lugar.

La madre se levantó y salió de la habitación porque estaba llorando. Le dolía ver a su pequeño en esas condiciones, le dolía la inocencia con que su hijo le miraba y le atormentaba la idea de que su pequeño sufra aún más.


-"Señora, tome asiento por favor. Debo comunicarle que a pesar de los esfuerzos y tratamientos médicos que le hemos aplicado, la artritis se le ha propagado a su otra pierna. Su hijo ahora no puede caminar, debe comprarle una silla de ruedas, lo siento."

El padre llegaba con la silla envuelta en papel de regalo y nadie en esa habitación pudo aguantar las lágrimas al ver el brillo que tenían los ojos del pequeño, creía que era una bicicleta, creía que era la figura de acción que tanto esperaba, creía que era un regalo más.
Pero al rasgar animosamente el papel de regalo, sin moverse de su cama. Comprendió todo, de un momento a otro su felicidad de niño se desvaneció.
Veía ruedas, pero no era una bicicleta.
Había pensando mal, no era otro regalo más. Eran su nuevo medio de transporte.

Al otro día comenzó a pasearse por los pasillos del hospital sobre su nueva bicicleta. Eso le habían dicho que era, una nueva especie de bicicleta que funciona con las manos.
Veía todo desde más abajo, la gente le parecía ahora demasiado alta y peligrosa.
Cuando observó hacia la entrada del hospital y vió entrar a todos sus compañeros de curso con papeles dibujados y el profesor que más le importaba a él, el de natación; simplemente sonrió.
Le asombraba ver a sus compañeros tan altos, pensó que habían pasado muchos años desde que había entrado a este hospital, y que era mágico porque él no crecía ni un poco.
Recibió con gran alegría cada abrazo y miró con ansiedad todos los dibujos que le habían hecho sus compañeros.
Sonreía cada vez más, todos los dibujos era hermosos y coloridos, todos mostraban árboles, un sol radiante y el colegio de fondo con la piscina más bella que nunca.
El profesor le regaló ese traje de baño que siempre le gustó, el profesor sabía que él nunca volvería a caminar.


El niño empeoró esa misma noche y finalmente murió. Su madre no para de llorar y ahora la cafetería está cerrada. El padre no puede sacarse ese vacio de su interior y sobre la cama vacía ahora quedan sólo los dibujos y un traje de baño mal doblado.
En cada dibujo aparecen muchos niños, y todos están a la misma altura...
Todos, tenían bicicletas iguales a las de él.
Todos sonreían de felicidad...





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