
Se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos mientras intentaba eliminar todos sus pensamientos en un suspiro, guardó silencio por un par de minutos y luego todo comenzó a brillar.
Algo ocurría dentro de su cabeza, dentro de su cuerpo y dentro de su corazón. Era una sensación nueva que lo dominaba por completo, que se apoderaba de todo su ser y le hacía perder la razón.
Se levantó rápidamente de la cama y cogió del suelo su cuaderno negro y un lápiz que funcionaba, abrió el cuaderno y buscó la última página que estaba escrita, le hechó una mirada rápida y giró la hoja, en pleno ataque de locura comenzó a escribir rápidamente, como si se le fuera la vida en ello.
Escribía línea tras línea, sin importarle nada, miles de melodías de sonaban dentro de su cabeza y de todas ellas había solo una especial.
Escribía de amor, de la vida, del corazón y de la razón.
Sentía que estaba escribiendo algo que salía, profundamente, de su interior.
Cuando terminó de escribir y la sinfonía dentro de su cabeza se apagó, levantó la vista y la encontró de pie frente a él, apoyando la cabeza en el marco de la puerta y sonriéndole.
Él la miró y le sonrió también, se puso de pie y la miró directamente a los ojos.
Ella se acercó un poco y le acarició suavemente la cara, esas caricias hicieron que él desapareciera de la realidad y se volcara de lleno en los ojos de ella.
El brillo que le daba a ella, la llama de la vela que iluminaba la habitación era algo divino y majestuoso. Ya no le importaba nada más a aquel hombre, le daba lo mismo si moría en ese mismo instante, moriría completamente feliz.
Las caras se acercaron lentamente y se unieron en un beso fatal, se juntaron los labios y la magia nació, miles de sensaciones, un huracán de pensamientos y un segundo que ninguno de los dos olvidará. Era casi magnético, el ritmo que llevaban sus corazones era uno solo, las lenguas se susurraban miles de sueños sin parar, nada era más hermoso que esa escena, nada era más hermoso que soñar de a dos.
Él le acarició la cintura y ella se sonrojó.
Ambos rieron un momentos y comenzaba a crecer la pasión.
Ambos habían saltado al vacío sin protección alguna, ambos se entregaban por completo, ambos eran uno solo.
Las ropas cayeron y la vela fue la única espectadora de aquella majestuosa situación.
Las caricias eran suaves, pero apasionadas, intensas, pero delicadas.
Todo se dió solamente a base de pulsiones, ellos se dejaban llevar por el corazón. No se hablaban, ni se pedían nada.
Un cruce de miradas equivalía a un millon de te quiero pronunciados desde el centro de sus almas.
Estaban allí, en perfecto equilibrio, se había convertido en una sola esencia.
Ninguno de los dos podía respirar, el placer era superior, las sensaciones amplificadas por cien y la idea de que estaban llegando a un paraíso hecho solamente para esa pareja en unión.
Él recorría las curvas de ella de manera suicida, a ella le gustaba la manera en que él la tocaba, se hechaba a volar con sólo sentir la respiración de él sobre su piel.
El tiempo se había detenido, todas las estrellas estaban ahora observando aquella función. Las matemáticas arrojaban cálculos exactos que hablaban de amor verdadero y las letras guardaban silencio ante tan divina metáfora.
Ambos cuerpos temblaban del placer, era algo sobrenatural. No había dolor, sólo preocupación y amor. Cuidado por el otro y las ganas de que disfrute lo que más pueda.
Cada uno tenía el cuerpo del otro a su merced, estaban entregados él uno al otro, la confianza era el gran pilar en su relación.
En un momento en el que las estrellas se alinearon y Dios mismo sonrió al ver aquella escena, las almas se unieron en un orgasmo de amor. Espasmos de placer juntaban las almas y las convertían en una obra de arte digna de una galería en el olimpo. Los grandes artistas se arrodillaban ante tal hermosa creación, todos lloraban de alegría, se había logrado el momento cúlmine de tal manera que ninguno de los presentes lo olvidará.
Un beso final y una sonrisa de felicidad verdadera, se miraban a los ojos de manera tan apasionaba, se juraban amor eterno en cada suspiro, en cada caricia, en cada abrazo.
Allí se quedarón el resto de la noche, disfrutando del amor que los inundaba, disfrutando con las cosas simples que les entregaba la vida, disfrutando con cada idea que compartían, disfrutando el simple hecho de amarse intensamente y verdaderamente, disfrutando este estado de nirvana que tanto ansiaban, solamente querían quedarse allí de por vida, desnudos sobre la cama, teniéndose el uno al otro y sintiéndo cada palpitar de su corazón...
...Se levantó rápidamente de la cama y cogió del suelo su cuaderno negro y un lápiz que funcionaba, abrió el cuaderno y buscó la última página que estaba escrita, le hechó una mirada rápida y giró la hoja, en pleno ataque de locura comenzó a escribir rápidamente, como si se le fuera la vida en ello.
Cuando terminó de escribir, dejó caer el lápiz sin fuerzas y sintió como un líquido caliente le corría por el cuello. El amor y la adrenalina de la inspiración no le permitieron percatarse de que tenía una gran herida en la cabeza, porque se levantó demasiado rápido y se mareó por un par de segundos.
Tan sólo bastaron un par de segundos y una desorientación, para azotar su cabeza contra la pared de la habitación y reponerse rápidamente antes de perder la inspiración.
Se tumbó en el suelo y apretó al cuaderno fuerte contra su pecho. Cerró los ojos y sonrió porque sabía que en un par de horas estaría muerto, pero llegaría su amada y leería lo que él escribió para ella, de esa manera el viviría por siempre en ese papel y cada vez que ella lo leyera él se uniría con ella para formar nuevamente una sola esencia...
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